¿Sentimientos, nostalgias?
José María
Calvo de Andrés
Cuando
yo era pequeño, solía cantar muñeiras y otros cantos
en gallego. Recuerdo, por ejemplo, “una noite en un moiño”,
y otras. Me hacia gracia, me divertía, me gustaba, y sentía
cierto orgullo de poder hacerlo, y de que existiera esta lengua diferente
de la mía, el gallego.
También conocí y
me gustaba decir palabras en vascuence, como se llamaba otra de nuestras
lenguas, hoy diría euskera, así como en catalán,
con mis amigos y compañeros. Me sentía bien, muy a gusto
compartiendo lenguas diferentes.
Más tarde las
cosas cambiaron. Algunas personas se apropiaron de estas lenguas y me
dejaron claro que eran suyas, sus lenguas, y no de toda la humanidad.
Que no eran mías tampoco, y que por lo tanto, yo no podía
usarlas así sin más.
Me sentí mal.
Ya no podía seguir cantando muñeiras, ni jugar a adivinar
lo que significaban algunas palabras en euskera.
Aparte de los libros,
también traían al pueblo estas palabras personas que habían
tenido que emigrar a las tierras vascas. Nos sentíamos iguales
y convivíamos en armonía y alegría. Hoy algunas
de esas mismas personas ya me consideran diferente, y parece que me miran
por encima del hombro.
Estas personas que se
apropiaron las lenguas, comenzaron a rechazarme a mí y a mi lengua,
y también llegaron a insultarme y a menospreciarme. Algunos incluso
a querer matarme.
Parece que querían
vengarse de algo que yo o los que ellos llaman “los míos”,
pudiéramos haberles hecho. Con esa clase de personas, yo tampoco
me identifico, y siento dentro de mí que no quiero pertenecer
a la misma humanidad que ellos.
Mi tristeza continúa
aún hoy. Yo no sé qué he podido hacerles, pero me
gustaría que nos perdonáramos y pudiéramos convivir
en paz. Quiero, tengo necesidad de sentir placer de nuevo cantando muñeiras.
Que nadie me quite este derecho, que no me digan que no puedo cantarlas,
porque no son mías, que las muñeiras le pertenecen, y que
no son ni serán nunca más mías también.
También espero
poder bailar la sardana, sin que nadie se la haga propia y exclusiva,
e incluso con esa jota tan alegre, que en más de una ocasión
ha hecho resbalar lágrimas de emoción y de felicidad por
mi cara, como es la jota aragonesa.
Hasta aquí han
llegado mis sentimientos; unos sentimientos que han brotado espontáneamente
de algún lugar profundo de mi ser. Pero no querría quedarme
aquí, en esta situación de pena y melancolía, por
no decir de otras cosas.
Mi inteligencia, aunque
pobre, quiere ir más allá de estos sentimientos espontáneos,
y me empuja a continuar caminando, en hacer más caminos, nuevos
caminos de encuentro y no en contribuir a su destrucción.
Quiero sobreponerme
a estos sentimientos que, por otra parte, no me hacen feliz, y emplear
mi inteligencia para allanar estos caminos medio destruidos, para que
todos volvamos a encontrarnos, a ayudarnos y a construir una convivencia
universal con todas las personas y demás seres del universo.
También ha llamado
mi atención, y con tristeza, otras dos cosas, entre tantas. Una
es que las comunidades celebran sus fiestas recordando una guerra, una
derrota, y con ánimo de revancha y reivindicaciones a otros. No
sé por qué todos los pueblos no celebran las invasiones
de otros pueblos, persas, romanos, godos, árabes, etc. etc. Algunos
siguen celebrando la invasión de los franceses.
Exigimos siempre a los otros y no a nosotros mismos. Todo esto parece
orquestado por quienes intereses creados en ello. Luego piden a nuestros
niños y a nuestros jóvenes que valoren el esfuerzo y que
se exijan a sí mismos. Parece una burda contradicción.
Y la segunda cosa que
tristemente ha llamado mi atención es la letra de algunos himnos
nacionales, que invitan a las armas, a la guerra, a la violencia, al
odio, etc.
Y luego hablamos de
pacifismo y concordia.
Espero que estos pensamientos
ayuden a mejorar este mundo nuestro y nuestra convivencia en paz.
Ahora me siento mejor. |