PREGÓN


                          Hola amigos. ¿Qué tal estáis? Gracias por estar ahí, espero no aburriros mucho. Voy a comenzar el pregón.

 

 

         Sra. Alcaldesa, Sres. concejales, amigos todos.

         Cuando recibí la llamada de la Sra. alcaldesa para comunicarme la invitación para ser el pregonero de las fiestas de San Roque de este año 2006, no pensé ni un segundo en aceptar tal honor. Pregonar, ser pregonero de las fiestas patronales de mi pueblo, del pueblo que me vio nacer hace ya unos cuantos años, durante una carnavalera tarde del domingo gordo en un mes de marzo, precisamente en una casa de esta misma plaza mayor, repito, es un gran honor para mí. Por eso, quiero en primer lugar dar las gracias a vuestra alcaldesa y a la corporación municipal por la confianza puesta en mi. Pues de bien nacidos es ser agradecidos.

          Fue después de aceptar este reto cuando comencé a darme cuenta de la responsabilidad que había asumido. A pesar de todo nunca pensé renunciar, sino todo lo contrario, decidí que debía esforzarme al máximo para ser digno pregonero de mi pueblo, de este pueblo al que tanto respeto y quiero. Muchos de vosotros os preguntareis quien es éste que tiene el atrevimiento de pregonar nuestras fiestas, y tenéis toda la razón, es mucho atrevimiento por mi parte, pero es mayor mi cariño y mi gratitud para con todos vosotros; yo mismo me preguntaba qué voy a deciros que vosotros no conozcáis mejor que yo.

         Avatares de la vida me llevaron lejos de aquí, y me privaron de conocer más a fondo la vida y las fiestas de mi pueblo, pero lo que no ha podido borrar, ni siquiera menguar un ápice, nada ni nadie, son los sentimientos que penetraron en mí, durante los primeros años de mi vida a través de estas calles y de estas gentes, y que han conformado el rico y fecundo abono de lo que soy ahora, y de lo que pueda llegar a ser. En esta plaza di mis primeros pasos, aprendí a andar, a correr, a hablar y a hacer las primeras travesuras. Si la infancia es la verdadera patria del hombre, puedo decir con satisfacción que he regresado a mi patria.

          Se suele decir “si quieres a tu pueblo, vete lejos”. Y es que, a veces, necesitamos alejarnos un poco de las cosas que amamos para poder verlas y apreciar mejor su valor desde la distancia. En la cercanía, los árboles pueden no dejarnos ver el bosque. Además apreciamos más las cosas cuando no las tenemos a mano, cuando nuestra atención ha roto la rutina del cada día.

          Seguramente os habrá sucedido a muchos de vosotros la anécdota que os voy a contar. Cada vez que me preguntan de dónde soy y respondo con todo orgullo que soy de un pequeño pueblo de la provincia de Zamora, llamado Villamor de los Escuderos, todo el mundo comenta con asombro, pero ¿habéis oído nunca un nombre tan bonito? Y es que no muchos pueblos pueden presumir de ser la villa del amor. El amor precisamente tiene que ver mucho con estas fiestas.

         Cuando comencé a preparar este pregón, a pensar qué podría contaros, llegaban a mi mente emocionada múltiples recuerdos, cargados de ciertos sabores, de ciertos aromas, mezclados con heterogéneas y más o menos difusas imágenes. Pensaba qué es lo que tengo que pregonar.

          Entre estos recuerdos y estas imágenes veía a los pregoneros de mi niñez. Yo mismo, al igual que mis hermanos, ejercimos eventualmente de pregoneros infantiles recorriendo las calles del pueblo tocando un cuerno. Pero seguramente éste pertenece a una clase diferente de pregón.

         A menudo me he preguntado cómo habría sido mi vida si me hubiera quedado en el pueblo. En este sentido, no puedo menos de recordar aquellas personas que confiaron en mí, e hicieron lo posible para que pudiera salir a estudiar. A Don Ricardo que nos preparó a algunos chicos del pueblo para hacer el examen de ingreso, con la inolvidable enciclopedia de Miranda Podadera que algunos de aquí recordarán, no sé si con cariño o todo lo contrario;(la enciclopedia, claro)

          Y en este sentido todos los villamoranos y villamoranas nos sentimos orgullosos de nuestra iglesia, construida por el célebre arquitecto cántabro Rodrigo Gil de Hontañón y que es una auténtica joya renacentista, del plateresco de la escuela de Salamanca. A este arquitecto se deben entre otras la fachada de la catedral de Alcalá, la catedral de Salamanca o el palacio de los Guzmanes de León y de Monterrey, en Salamanca. En el siglo XVIII se estudió la posibilidad de dotar a esta iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción de un órgano tan importante como el de las catedrales. Los excesivos costes truncaron el proyecto. Yo recuerdo que en mi niñez había al menos un armonio.

          Qué pequeños nos sentíamos al entrar en este edificio tan monumental, como si no fuéramos nada. Fui monaguillo de esta iglesia casi antes de saber andar; en aquellos tiempos en que la misa era de espaldas a la gente. Teníamos que pasar el misal, con atril y todo, del lado de la epístola al lado del evangelio, y más de una vez me caí con todo el equipo al hacer la genuflexión central, puesto que yo abultaba casi menos que lo que transportaba conmigo; o las discusiones que teníamos los monaguillos, porque todos queríamos tocar la esquila, la campanilla. Lo que nos llamaba y a la vez nos imponía miedo era sobre todo la escalera que sube al campanario. Nos hacíamos los valientes y la subíamos a oscuras o como fuera, hasta llegar primero al coro, que también era un lugar para los mayores, y después hasta lo más alto. Con las piernas temblando y agotados, llegamos hasta la torre. No, no está el señor Domingo repicando las campanas. Después, ya confiados, perseguíamos los nidos de las palomas, a los aguiluchos, que nosotros, no sé porqué, llamábamos gaviluchos.

          Infinita gratitud y afecto guardo desde siempre para mi primera maestra, Doña Rufina, nacida también en Villamor y residente también en esta plaza Mayor. Cómo puedo olvidar a quien me enseñó mis primeras letras, la m con la a ma, y tantas cosas que han ido conformando mi persona, y con quien estrenamos las escuelas nuevas. ¡Qué tiempos aquellos en los que Villamor podía estrenar escuelas! Y sobre todo doy las gracias a mis padres que me brindaron la oportunidad de estudiar, ya que en el pueblo no teníamos demasiadas opciones para elegir, y que, por problemas propios de la edad, no han podido acompañarnos hoy.

          Pero sobre todo aprendí de todos vosotros, paisanos. De todos vosotros heredé todo lo que es más necesario para vivir, para convivir; mi infancia hace tiempo perdida y reencontrada hoy aquí, entre vosotros, en esta seca y árida tierra de Castilla. Mi sangre que es parte de la vuestra quiere pregonar a grandes voces; que nuestros hijos conozcan lo duro que fue, y que esta dureza ha conformado la fortaleza de nuestro carácter. El destino de un pueblo depende fundamentalmente del carácter de sus gentes.

          Tantos recuerdos. Ayer fueron otros. Recuerdo especialmente a mis abuelas, de quienes aprendí, entre otras muchas cosas, a jugar a la brisca o a la escoba. Saber jugar a las cartas es algo muy importante, como habréis tenido ocasión de comprobar muchos de vosotros. Hoy somos todos nosotros los que tenemos la obligación de mantener y continuar con ilusión las tareas por ellos comenzadas. Un pueblo vivo no cesa de transformase y de crecer en una eterna metamorfosis con el ambiente.

         Fiestas de San Roque. ¿Qué pueden representar las fiestas de san Roque para Villamor, para los villamoranos y villamoranas? Estas fiestas se encuentran en el cenit del verano, culminación de las tareas de la recolección. Había que agradecer a nuestra patrona, a Nuestra Señora de la Asunción y a San Roque las cosechas recibidas. Y qué mejor modo de agradecérselo que mostrando toda la alegría, y todo el amor que llevamos dentro. Nosotros hoy también queremos ponernos bajo su amparo y su protección.

         Además de este sentido público, cada uno de nosotros vive las fiestas a su manera, disfrutando al máximo de todo lo que le ofrecen. Son días de alegría, de disfrute, de amistad, de acogida, de compañía, de camaradería, de participación común. Son fiestas abiertas a todos, a los de dentro y a los de fuera, a disfrutar todos en hermandad.

         Las fiestas de San Roque de los años cincuenta y sesenta eran muy diferentes a las de hoy. Es normal. Además algunos las vivíamos desde la experiencia de los niños, muy distinta a la vivida por los mayores.

          Había muy pocos medios, acababa de terminar la post-guerra, las cartillas de racionamiento y el estraperlo, que muchos de vosotros recordaréis. Las fiestas comenzaban con los cohetes y la traca anunciadora, desde esta plaza. No era necesario ningún pregón. Luego seguían los bailes en la plaza.

          Recuerdo que el pueblo se movilizaba en adornar y pintar las casas. Menudo revuelo se organizaba al embarrar paredes y techos. Mi madre, como las demás mujeres, acudían a la panadería a hacer los dulces y las magdalenas. No sé si muchos de vosotros conocéis o habéis oído hablar de la “tarja”. Nadie con quienes he hablado de la tarja en otros lares han conocido un sistema tan original de hacer las cuentas del pan, como el que teníamos nosotros.

         Recuerdo los ires y venires por toda la casa durante estos días, el no encontrar tu sitio en ella, estar como perdido; la llegada de familiares y amigos de los pueblos vecinos. Los niños vivíamos como dentro de una nube mágica. No puedo olvidar aquellos años en los que mi padre “daba los toros”, como solíamos decir.

          En las fiestas, nos vestíamos las mejores galas, sonaban las campanas llamando a la misa solemne; ya dan las doses, las treses y las todas. Pero mi  corazón vibraba especialmente con los tenderetes, los puestos de chucherías, los helados, los pirulís, los cigarros de anís, los carromatos de juguetes, etc. Nuestros juegos de niños también eran muy diferentes a los de ahora Nosotros jugábamos con nuestros juguetes; hoy los juguetes juegan solos movidos por unas pilas alcalinas.

          Nuestras correrías no tendrían pleno sentido si no mencionara las populares talanqueras, que se ponían y quitaban cada año en esta misma plaza mayor. Otro motivo más de algazara para la chiquillería, sobre todo. Seguramente merece un recuerdo especial la señora Rafaela la viuda, en cuya tienda nos servíamos los niños imitando a los mayores de las aceitunas, del escabeche, o la gaseosa, que eran los deliciosos manjares de la época. Siguen sonando en mis oídos los pregones anunciando todo tipo de exquisiteces “en casa de Rafaela la viuda”.

          Quiero relataros esta anécdota. Algunos compañeros que están con vosotros y yo veníamos un año de Toro a Villamor, tal día como hoy, 15 de agosto. Ya conocéis lo mal comunicados que hemos estado. El único medio que teníamos para llegar a Villamor era el coche de línea de Toro a Fuentelapeña. Ya sabéis que también son las fiestas allí. Cuando bajamos del autocar con nuestras grandes maletas de madera, se nos acerca un señor y nos dice: ¿Son ustedes los músicos? Ya era hora. Hace tiempo que los estamos esperando.

          Nos hizo mucha gracia que nos tomaran por músicos, pero para nuestra desdicha y la de ellos, nosotros no teníamos idea de tocar instrumentos de música. Esta es la anécdota. Luego teníamos que llegar a Fuentesaúco y de allí nos recogían para traernos a Villamor. Todo esto nos parecía lo más natural del mundo. Como no conocíamos otra cosa. A veces hacíamos el viaje a Toro en el remolque de un tractor. No podíamos todos con nuestras enormes maletas utilizar el único transporte oficial del pueblo del Sr. Epifanio. Más tarde surgió el de Evaristo.

          No me atrevo a nombrar a mis amigos de esta época, por temor a olvidarme el nombre de alguno de ellos. Que sepan que todos están permanentemente en mi recuerdo, como creo que yo en el suyo. Lo queramos o no, todos formamos y conformamos los unos con los otros, una de las partes más importantes de nuestro vivir.

         Quisiera dedicar un cálido recuerdo a aquellas personas que formaban la orquesta del pueblo, así como al grupo folclórico de coros y danzas. Todavía estoy viéndolo hoy sonar los palos y girar ahí abajo, entre vosotros, entrelazando las cintas alrededor de un mástil central, al ritmo de la dulzaina.

          Pero hoy las fiestas han cambiado, han crecido, se han transformado completamente, lo mismo que nosotros. Hoy las fiestas de san Roque son fiestas mayores. Es necesario entender el cambio que ha tenido el pueblo para poder entender el cambio de sus fiestas. Retengo en mi memoria las eras que envolvían al pueblo en un amoroso y fértil abrazo, de las que ya no queda ninguna. Cuántas horas, y días hemos girado y girado subidos en el trillo siguiendo el paciente y reposado ritmo de los bueyes o de las mulas. No había tractores ni cosechadoras. Aprendíamos que con paciencia se consiguen las cosas. Hoy todo camina muy rápido, todos tenemos prisa y corremos para llegar a ningún sitio.

         Existen multitud de animadas peñas que ponen el colorido y la alegría por calles, plazas y bodegas. Ay, las bodegas. Yo las recuerdo cerradas casi siempre. Con el temor de que si se abriera la puerta pudiera salir una cosa llamada bao y que nos asfixiaba. En pocas ocasiones se abrían, puesto que las uvas se echaban por la zarcera, y a algunas de ellas, teníamos acceso desde dentro de la casa.

         Sirva este importante recuerdo a los componentes de las peñas, que siempre nos han acogido amablemente entre ellos, y sin los que estas fiestas tendrían muy poco sentido. También quiero dedicar siquiera una palabra final a los caballistas de siempre que han sabido arriesgar a veces la vida propia y la de su caballo en pos de la fiesta.

         Con estas palabras, sencillas, pero sinceras, salidas de lo más hondo de mi alma, he querido cantar a mi pueblo, animado por una catarata de recuerdos entrañables. No podré olvidar nunca este momento. Quiero dar las gracias a quienes me han dado la oportunidad de hacerlo, y a vosotros, paisanos, amigos todos, gracias por escucharme con la atención que lo habéis hecho, gracias por vuestra paciencia.

          Mi cometido como pregonero es el de invitaros a divertiros, a que disfrutéis lo más intensamente posible las oportunidades de entretenimiento y diversión que se nos ofrecen las fiestas patronales, antes de que seamos víctimas de la artritis, de la ciática o cualquier otra de esas goteras que llegan sin avisarnos, pero que nos dejan el cuerpo sin ganas de juerga. Estamos obligados a disfrutar de las fiestas que ahora comienzan. Para ello es necesario que comience a correr el buen vino, que ahora sí que lo tenemos, y acaben de una vez las palabras. Solo me queda desearos ¡Felices fiestas a todos! Y gritar con vosotros.

         Viva  Villamor

         Vivan las fiestas de San Roque

         Muchas gracias.

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