Recuerdo de Ortega


Fortuna fue que Ortega aquí viviera
y estos versos celebran la constancia
de que un fecundo trecho de su vida
tuviera en esta calle de Florida
-por decirlo como él lo prefiriera-
su singular urbana circunstancia.

Por aquí anduvo Ortega, mensajero
de limpias claridades y porfías,
audaz meditador y caballero
andante de la idea, deshaciendo
entuertos con su pluma, y aún luciendo
por la Lonja, camino a la Herrería,
su bastón, su cigarro y su sombrero.

En este bosque múltiple y sereno,
de ágiles fresnos y de robles graves,
pródigas fuentes y sonoras aves,
como un actor que de pasión rebosa,
salió maravillado, abierto y pleno,
su corazón del fondo de las cosas.

Sobre el haz de la vida retenido
por las menudas cosas y sencillas,
alzó su pecho a las esquivas cumbres
de lo sublime y escuchó el latido
tenaz de la existencia, y, persuadido
de ser el mundo pura maravilla,
de su calma jovial hizo costumbre.

Por la querencia de estos derredores
deambuló el sabio Ortega, un solitario
que emparejó sus hombres interiores
y concibió un ubérrimo inventario
de agudezas, conceptos y fervores,
que en esta clara conclusión fulgura:
que la vida es el texto, la retama
ardiendo en el camino, en cuya llama
Dios da sus voces, y que la cultura
es su cabal y exacto comentario.

Pensó Ortega en el hombre y su diverso
estar en su destino y en su ropa,
en su común anhelo y en su afán,
e imaginó caber el universo,
como un licor ardiente en una copa,
en el maduro corazón de Adán.

Junto a la piedra lírica que él dijo,
puso su pensamiento en la apretura
de descifrar el quid, el entresijo
de aquella España póstuma y oscura.

Aquí una primavera, en un instante
que en luminosas páginas perdura,
según lo escrito de su mano reza,
de la amistosa mano de Cervantes,
se le coló el Quijote en su cabeza.
y entrambos meditaron,
Y meditando, meditando, hallaron
el anverso y el haz de la cordura,
el frágil corazón de la certeza.
Y entrambos, en resumen, concordaron
que el hombre es todo empresa, es aventura
que nunca acaba y de continuo empieza.

Por aquí anduvo Ortega y nos parece
súbitamente erguirse su figura
y que nos compadece y acompaña
por estas calles en que el tiempo dura
y su presencia en la memoria crece.

Vedlo pasar, camino a la Herrería,
su corazón asido todavía
a su cabal y venidera España.
Vedlo pasar, vez y verdadero,
con su calma jovial, su bonhomía,
su bastón, su cigarro y su sombrero.

Francisco de Mena