4ª psicosophia:
¿Padres e hijos?
Continúo con
mis psicosophias, esas “sabidurías del alma”, que
comencé allá por el mes de octubre del año pasado,
y que me están llenando de paz. Hoy voy a pensar en la educación,
en los padres y en sus hijos. Siempre ha existido y hoy existe en la
sociedad una gran preocupación por el tema de la educación
de los hijos. Los gobiernos en general, y las familias en particular
siempre han sentido la necesidad de procurar y de proveer a los niños
y a los jóvenes la mejor educación en aras a una sociedad
mejor.
Es un tema importante, delicado
y complejo. Los sucesivos gobiernos no tienen nada claro cómo resolverlo.
Las familias tienen esta imperiosa tarea en cada hogar. Es un tema sobre el
que todo el mundo opina y todos creen tener razón. Parece que el mismo
concepto de educación no es unívoco. Cada persona tenemos el
nuestro. Los objetivos a conseguir no aparecen con claridad, y si descendemos
al nivel de la puesta en práctica, comprobamos multitud de métodos
de programas y de escuelas.
Cada nación, cada ciudad,
cada pueblo, incluso cada familia, proponen sus propios programas, diferentes
de acuerdo a las necesidades que creen tener. Y esto sin tomar nota de las
manipulaciones a nivel de la política.
Quizá estemos más
cerca de la verdad con este pluralismo. Quizá no existe un camino que
sea el bueno. ¿Qué puedo decirles yo? ¿Quién soy
yo para enseñar a otros? ¿Qué puedo enseñar, qué pueden
otros aprender de mí?
Dejaré vagar mi espíritu,
mi mente, hasta ver donde nos lleva. En otro momento, tal vez, este mismo espíritu
andaría por caminos diferentes. Estos pensamientos no sé si llevarán
la paz a algún alma; espero que, al menos, proporcionen paz a la mía.
Me ayudaré un poco en el pensador Miguel de Montaigne, y otro poco del
filósofo español José Ortega y Gasset, para ver si entre todos
podemos ofrecerles algún rayo de esperanza.
Voy a poner sobre la mesa
una serie de interrogantes. Dependiendo de cómo los respondan, así será después
el concepto de educación de cada uno.
“Jamás
vi padre, por enclenque, jorobado y achacoso que su hijo fuera, que
reconociese sus defectos”. Montaigne
Muchas personas estarían
de acuerdo en que la mayor y primera dificultad de la ciencia humana
se encuentra en la acertada dirección y educación de los
niños. ¿Qué hacer? Analicemos el tema.
Nos preguntamos qué es
lo que desea un padre para su hijo.
El amor de padre empuja a éste
a desear y a buscar lo mejor para su hijo. Busca la mejor educación,
el mejor colegio.
Yo no sé si mis padres
me dieron una buena educación o si me llevaron a los mejores colegios.
Ustedes tendrán una propia opinión al observar los resultados.
Otros niños y niñas tuvieron una educación semejante y
son muy diferentes y mejores que yo.
Un buen colegio. ¿Qué es
un buen colegio? Todos nos hemos hecho esta pregunta más de una vez.
A mi han acudido padres preocupados a preguntarme por éste o por el
otro colegio. Estarán de acuerdo conmigo en que el primer y mejor colegio
es el propio hogar. En cada hogar se siembre lo que más tarde se va
a recoger.
Tal vez les parezca extraño
lo que voy a decirles a continuación. Un buen colegio ¿debe mostrar,
inculcar el amor a las ciencias, a las humanidades y a las artes? ¿Y
la historia, y la poesía? ¿Pueden o deben los clásicos
ayudar a nuestros niños y jóvenes? ¿Se han preguntado
ustedes en qué puede consistir esta ayuda? ¿Debe un buen colegio
mostrar cuáles deberían ser los libros de cabecera de nuestros
hijos? ¿Ayudar a aprender a gustar la dulzura de las letras?
¿Debe ayudar a aprender
a pensar, educar los sentimientos? ¿Orientar su tiempo libre? Educar
en el respeto hacia sí mismo, hacia los demás y hacia la cosas? ¿A
ser responsables de sus vidas?
¿Y la filosofía?
Los filósofos han ejercido de preceptores. Aristóteles fue maestro
de Alejandro Magno. ¿Qué le enseñaría Aristóteles
al niño Alejandro, que después fue magno?, o más importante
aún ¿qué aprendería el joven Alejandro de su maestro?
Lo que seguramente no le enseñó fueron sus famosos silogismos?
No sé qué opinan
ustedes de estas metas, o de estos caminos, que propongo para conseguir esas
metas. Más importante aún es mostrar cómo se va a acceder
a ellos. ¿Cómo, con qué medios y métodos cuentan
los buenos colegios? Siempre me ha gustado aquello que aprendí de pequeño
en el catecismo y que decía, ante cualquier cuestión: “Mostrad
cómo”.
Este mostrad cómo es
muy importante y, pienso, que se nos ha olvidado muy deprisa. Quiero decirles
algo más. Habrán escuchado a los mismos políticos, sobre
todo en tiempos de campaña electoral, hablar y prometer esto y aquello
en educación. Pero ¿les han escuchado decir cómo piensan
llevarlo a buen fin? ¿Será suficiente con promulgar una nueva
ley?
Lo que estoy diciendo para
un buen colegio, puede valer para unos buenos padres, siempre en la medida
de sus posibilidades.
¿Debería alguien
(padres, maestros, responsables políticos…) conocer los valores
de los niños y las niñas, si es que un niño puede ser
sujeto de valores? ¿Debería alguien conocer el valor de lo que
enseña?
¿Deberían los
niños y los jóvenes conocer el valor que pueda tener para ellos
lo que tienen obligación de aprender, para así desear conocerlo? ¿Deberían
sentir los efectos beneficiosos de lo que aprenden?
¿O lo que importa es
pasar exámenes, obtener buenas calificaciones, mejores que sus compañeros? ¿Importan,
sobre todo, los resultados, ser mejor que el compañero o compañera?
Hay que prepararse para tener éxito en la vida. ¿En qué consiste
el éxito?
¿Debería servir
un buen colegio y, por lo tanto, una buena educación para desarrollar
las dotes naturales de los niños y las niñas, proporcionarles
las herramientas adecuadas para comenzar a ejercer sus responsabilidades?
¿Cuáles
serían estas dotes a desarrollar? ¿Desarrollar las capacidades
y las ganas de saber y de aprender?
¿Debería aprenderse
a salir de la mediocridad? Parece una opinión bastante generalizada
el que nuestra sociedad es muy mediocre en general. ¿Qué vamos
a hacer, entonces? ¿Desarrollar la imaginación? ¿Es la
educación un camino hacia lo más noble, hacia lo mejor? ¿O
será la educación un simple adorno, unas plumas con las que revestimos
nuestra desnudez mental y que pretenden mostrar lo que no somos? ¿Algo
tomado de otros, de manera que oculte lo propio, que apenas existe?
“El maestro
no debe limitarse a preguntar al discípulo las palabra de la
lección, sino más bien el sentido y la sustancia, debiendo
informarse del provecho conseguido, no por la memoria del alumno, sino
por su conducta. Conviene que lo que acaba de aprender el niño
lo explique éste de diferentes maneras y que lo acomode a otros
tantos casos, para comprobar si recibió bien la enseñanza
hasta asimilarla, y juzgar en fin los adelantos conseguidos según
los procedimientos seguidos por Platón. Es signo de indigestión
y crudeza arrojar la carne tal y como se ha comido. El estómago
no funciona como es debido si no transforma la sustancia y la forma
de lo que le dieron para nutrirse”. Montaigne.
¿Debería
el cerebro en su desarrollo aprender a funcionar con ese poder creador
y transformador?
“El maestro
debe enseñar al discípulo a pasar por el tamiz todas
las ideas que le trasmita y procurar que su cabeza no acoja nada por
la simple autoridad y crédito. Los principios de Aristóteles
como los de los estoicos y epicúreos no deben significar para él
principios incontrovertibles”.Montaigne.
Lo que se enseña,
lo que se aprende es importante, tiene valor para la sociedad. No sé si
los niños llegan a comprender esa importancia. Si no es así, ¿se
deben imponer las cosas a la fuerza? Pienso que lo que vale se impone
solo, por sí mismo. Lo que hay que imponer a la fuerza tiene poco
valor o no lo hemos descubierto aún.
Toda persona está motivada
para aprender. Los niños y los jóvenes también. Otra cosa
es aprender por obligación. Se aprende a través del ejemplo que
damos. ¿Qué ejemplos tienen los niños de hoy, nuestros
niños y nuestros jóvenes? Si los niños vieran y escucharan
cada día en casa a sus padres que el trabajo merece la pena y no es
el mayor castigo que tienen en esta vida; si ocurriera eso mismo en la sociedad,
en la calle, en la televisión, y no ofrecieran como objetivo último
en la vida ganar dinero de forma fácil, la educación en los colegios
sería más productiva, pero desgraciadamente no ocurre así.
Los niños y los jóvenes
necesitan ilusionarse con algo, y si no se ilusionan con algo positivo pueden
hacerlo con algo perjudicial, por eso propongo volver a la pedagogía
de la ilusión. Esta pedagogía que ya han practicado y enseñado
grandes maestros y profesores, entre ellos Ortega y Gasset; es el antídoto,
la vacuna maravillosa a la mayoría de los males de la educación.
“Yo me he creído pocas veces
en deberes durante toda mi vida. La he vivido y la vivo casi entera
empujado por ilusiones, no por deberes”.
Ortega
Solamente cuando no
hacemos las cosas por ilusión tendremos que hacerlas por deber.
La ilusión debe ser el motor de la vida, de la nuestra y de la
nuestros jóvenes alumnos. El entusiasmo para aprender, para
trabajar.
“Enseñar
no es primaria y fundamentalmente sino enseñar la necesidad de
una ciencia y no enseñar la ciencia cuya necesidad es imposible
hacer sentir al estudiante. ¿A qué llaman nuestras escuelas
enseñar la ciencia? A descargar sobre el alma de los discípulos
un lastre de doctrinas científicas ya hechas, o cuando más
un doctrinal ya hecho de métodos para la investigación”
Ortega nos muestra dónde
se encuentra la raíz de muchos de los problemas de la educación,
del llamado fracaso escolar. Pero nosotros preferimos meter la cabeza debajo
del ala como el avestruz y no queremos ver otra cosa que lo vagos u otras cosas
peores que son los alumnos, los jóvenes de hoy, sin desear recordar
cómo éramos nosotros. Hay quien puede creer que la vaguería
y la indolencia son innatas al ser humano. Hemos demostrado que no es así,
que el ser humano tiene una tendencia innata hacia el saber, porque necesitamos
saber. La indolencia nace del trabajo aburrido y sin sentido. Esta forma de
trabajar a la fuerza y sin sentido es la que puede producir insatisfacciones,
hostilidad y hasta aversión a la tarea que tenemos que hacer. La holganza
no es un estado normal, sino patológico del ser humano, que resulta
del trabajo sin sentido y enajenado.
“Haz
lo que amas y amarás lo que haces”, dice un adagio
Todos
deseamos emplear nuestra energía en algo a lo que encontremos
sentido, y esta energía forma nuestro carácter. Es a través
del esfuerzo, de un esfuerzo con sentido y querido, como podemos llegar
a construir, con granito sólido, el gran Monasterio de nuestra
propia vida.
La
educación nos permite también orientarnos en el quehacer de nuestra
vida comunitaria, social. Tenemos una obligación moral de participar
en la construcción de la vida social de manera que esta sociedad nuestra
alcance también la altura de los tiempos en los que vive.
En la escuela, de la que tanto
nos hemos enorgullecido en otros tiempos, no se enseña a las masas casi
nada más que las técnicas de la vida moderna, pero no se ha logrado
su educación. Se les ha dado instrumentos para vivir intensamente, pero
no sensibilidad para los grandes deberes históricos. No se les ha educado
el espíritu, ni los valores sociales y comunitarios.
Este
tipo de vida, este tipo de hombres, los hombres masa, ponen en peligro inminente
los principios mismos que le dieron la vida. Nuestra sociedad puede retroceder
a la barbarie....El hombre masa vive con toda vida material resuelta. Cada
día puede surtirse de más cosas y de más confort. Sus
apetitos son insaciables. Cada día necesita más cosas. Recibe
la educación del niño mimado, del que cree que todo cae del cielo.
Mimar es no limitar los deseos, hacer pensar que todo está permitido
y a nada obligado. Vive en el puro individualismo, sin contar con los demás,
cree que solo él existe.
El hombre masa ha creado y
vive en una hiperdemocracia, en la que no triunfa el diálogo, la comprensión
de las diferencias o la racionalidad, sino la fuerza de la mayoría,
la imposición de sus gustos y de sus modas; las masas salen a la calle,
y tratan de imponer la ley de la fuerza; la ley de la razón puede quedar
en segundo lugar, y los valores éticos ni se encuentran. Este hombre
masa de hoy posee un alma vulgar, se ha “educado” en la vulgaridad,
y lo sabe, lo reconoce y lo afirma como el derecho más grande que posee,
al que se aferra y que quiere imponer a los demás. Es el derecho a ser
ignorante, a presumir de ello para no sentir vergüenza, para disimular
el sentimiento de inferioridad, de nihilidad. Como dice un dicho: ser diferente
es indecente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado
y selecto.
¿Existe la verdad? ¿Quién
la posee, quien es su dueño? Piénsenlo un instante. ¿Los
niños, los jóvenes, los que mandan, los medios de comunicación? ¿Se
debe enseñar a aceptar la verdad o a dudar de ella? Todos buscamos la
verdad, esa verdad que nos hace libres, porque nos hace personas y enriquece
nuestras vidas sacándonos de la mediocridad y nos eleva hacia la excelencia.
Las posibles respuestas a
estos interrogantes pueden depender de la clase de niños, de jóvenes
o de hijos que queramos. ¿Queremos unos niños y unos jóvenes
sumisos, obedientes, dóciles, consumidores de todo lo que los mayores
les ofrezcamos; o personas capaces, activas, responsables, creativas y libres?
El que ama la verdad no la
quiere como dogma. La duda ayuda a caminar, a querer aprender. Y lo aprendido
lo transformará y hará suyo, una parte importante de su personalidad.
El fin de toda educación es la formación de las personas. Aprender
a pensar.
“La capacidad
de pensar nos libera del sometimiento servil al instinto, al apetito
y a la rutina, al error y al fracaso”, dice mi maestro
Mathew Lipman.
Y el gran pedagogo
brasileño Paolo Freire afirma que la mente de los niños
no debe continuar siendo un almacén, un cementerio de algo muerto.
Alguien ha percibido la educación
como un tumor, como algo que va matando poco a poco nuestras capacidades innatas,
nuestras ganas. Son otros los que deciden por nosotros, los que nos llevan
y nos traen. Los caminos y las metas ya están trazados, solo es necesario
seguirlos como los rebaños. ¿Qué resultados podemos esperar?
Fomentemos las ganas. La educación,
el aprendizaje nace de una necesidad que se siente. Si no es así, podemos
llevar un caballo al río, pero si no tiene sed, no beberá por
más palos que le demos.
El resultado de lo que somos
no es fruto solamente de los estímulos externos recibidos. Es mucho
más importante lo que cada persona hace con esos estímulos que
le llegan.
Decía el psicólogo
Watson: Dadme un niño y podré hacer de él lo que yo quiera.
A uno lo haré santo, a otro un asesino, o un premio Nobel.
No estoy nada seguro de que Watson tuviera razón y pudiera alcanzar
lo que se proponía. La persona humana es muy compleja ya desde
su primera niñez, y cada una muy diferente de la otra. Y esto
es así, a pesar de la llamada “socialización”.
La sociedad pretende anular las personalidades, las diferencias individuales,
para que seamos todos iguales.
Los padres se quejan de que
este niño o esta niña son muy diferentes a su hermano a hermana,
y se lamentan. Los patrones familiares y sociales de educación para
los hermanos son iguales para todos. Los programas educativos, los contenidos,
los exámenes,…. Son iguales para todos. A esto llaman “igualdad
de oportunidades”.
Y si algún niño
o alguna niña responden con su propia personalidad, “fuera del
tiesto”, fuera de lo ya preestablecido, es incompetente y se le arroja
fuera del sistema.
Aunque los padres y los dirigentes
se alarmen, a todos o a casi todos les gustaría que los niños
y los jóvenes les obedezcan, les sigan, cual nuevos Hitlers resucitados,
captadores de mentes juveniles.
Que nuestros niños
y nuestros jóvenes no sean solo seres pasivos, meros receptores de lo
que los adultos han decidido y les imponen, sino personas activas y responsables.
Hay quienes piensan que los
tiempos pasados fueron mejores, que la educación que recibieron fue
mejor que la actual.
Esta actitud puede significar
que los mayores, los adultos, tienen una educación, al menos, aceptable. ¿Será así? ¿O
los niños que tenemos son un reflejo de la educación sus padres?
Les invito a reflexionar sobre el nivel de educación de los padres o
adultos en general en nuestra sociedad.
Todo el mundo enseña,
quiéralo o no. Sobre todo las personas que importan o que representan
algo en la sociedad: políticos, etc.
Podemos pensar ¿qué enseñan
estas personas, qué estamos aprendiendo de ellos, sobre todo, nuestros
niños y niñas?
Pongo un ejemplo. La celebración
del día de una comunidad autónoma. ¿Qué celebra
esta comunidad? ¿Qué aprenden los niños y los jóvenes?
Durante este año se va a celebrar el 2º centenario de una invasión,
de una guerra; se van a recordar de nuevo unos hechos que deberían estar
superados, y a un emperador que no es ejemplo de paz y respeto para nuestros
niños.
¿Qué se pretende
con este tipo de celebraciones?, y, sobre todo, ¿Qué se va a
conseguir? Hace muchos más años nos invadieron loa cartagineses,
los romanos, los visigodos o los árabes, ¿por qué no
lo celebramos?
Y como digan los que enseñan,
los adultos, las autoridades, que hay que hacer algo, no nos queda más
remedio a los demás que decir chitón. ¿Cuándo y
cómo aprenderemos a tener pensamientos propios y a no seguir a otros
en rebaño?
Un punto muy importante que
quiero resaltar hoy ante ustedes es que la persona es apertura a los otros,
diálogo. Este diálogo es y debe ser el motor de todas nuestras
relaciones y de nuestra educación. Aprendemos a vivir que es convivir,
vivir con los otros: padres, hijos, vecinos, etc.
La educación es colaboración
más que competición, vida en comunidad y compañerismo
más que individualismo. ¿Deben enseñarse estas cosas?
¿Y los valores? Deben
los niños y los jóvenes aprender a descubrir los valores, el
valor de la amistad por encima de la competitividad? ¿O estos valores
son de tontos?
Es fundamental el conocimiento
mutuo. Hay que conocer a los hijos. Para ello tenemos que escucharlos. ¡Cuánto
aprenderíamos de ellos si tuviéramos un poco de tiempo para ellos! ¿Piensan
ustedes que los niños y los jóvenes tienen algo importante que
comunicar a los mayores? Los niños necesitan ser escuchados, así además
aprenden a escuchar. Este conocimiento lleva a la comprensión mutua,
al mutuo respeto.
El papel de los padres y de
los profesores es abrirse a los niños, que no son sus enemigos. No hay
que temerlos, sino quererlos. Es la mejor forma de conquistar la autoridad,
con el ejemplo, con el cariño, con el respeto. La autoridad no se posee
porque sí, sino que hay que ganársela día a día.
Ya sabemos que el mundo es un espejo que nos devuelve la imagen que le enviamos.
El que teme ser derrocado del poder no se encuentra en una situación
idónea para la educación y el aprendizaje.
Es tan fundamental el ejemplo
que el pedagogo Emerson dice “ lo que es cada persona grita con tanta
fuerza en la vida de los otros que impide escuchar lo que esa persona dice”.
Quiero terminar esta
reflexión con unas frases de pensadores importantes:
“La autoridad
de los que enseñan perjudica generalmente a los que quieren
aprender”. Cicerón
Una técnica
poderosa de enseñar quita al alumno el mérito de aprender.
Cada vez que le enseñamos algo a un niño, impedimos que
lo descubra por sí mismo.
“Una de las
mejores formas de mantener el control en el aula, es cederlo. Cuánto
más intentemos controlar nuestra clase con mano de hierro, más
formas encontrarán los niños de anular nuestro mejores
esfuerzos.” Ian Gilbert
“Los profesores
equivocados que no cesan de repetir a los alumnos que se siente y estén
callados, demuestran una preferencia para trabajar con un grupo de árboles,
y no con una clase llena de personas”, Ian Gilbert
Solo el pez muerto
sigue la corriente.
Es a pesar de la
autoridad del adulto y no debido a ella por lo que el niño aprende” Piaget
Cuantas más
razones tenemos, menos flexibilidad desarrollamos.
Toda autoridad
es degradante. Degrada a quien la ejecuta y a aquellos sobre los que
se ejerce. Cuando se usa de forma violenta, burda o cruel, produce
un buen efecto, alienta el espíritu de la revuelta. Oscar
Wilde. |