Sobre educación

 

            Voy a hablar de lo que he tratado de hacer durante toda mi vida, y que pensaba que ya no iba a toca más veces, que me había liberado, pero he comprobado que no es así, que no me he liberado, ni puedo ni quiero hacerlo.

            He escrito mucho sobre cómo entiendo yo la educación tanto en la teoría como en la práctica. Me retiré bastante frustrado, porque es un tema del que todo el mundo sabe, pero no ponen el granito que haga avanzar el camino. Pero sobre todo acabé muy cansado, pues la tarea que yo tenía encomendada no se reducía a repetir temas que había aprendido antes para que los alumnos me los vomitaran en un papel el día del examen.

            En el tema de la educación todo el mundo sabe, todo el mundo opina, y me parece muy bien. Tenemos que continuar aprendiendo, abiertos a nuevos puntos de vista. Pero la mayoría de los “sabios” pontifican e imponen su manera de entender la educación, a pesar de que no obtengan los resultados que se proponen alcanzar.

            Quiero lanzar unas ideas y unas prácticas por si a alguien le parecen razonables y pueden ayudar a ese pacto que se proponen, porque acuerdo no habrá y además no estoy seguro de que sea positivo el que lo haya.

            Una pregunta: ¿Cuál es el centro de la educación? ¿Qué es lo más importante? Tenemos el centro escolar, los profesores, los niños y los curriculos.

No sé si estáis de acuerdo conmigo en que lo más importante son las personas que se educan. Por lo tanto no son las materias a estudiar, ni los profesores que educan, aunque todo ello es también muy importante.

            Veo pues a la persona que es un sujeto activo, no un objeto, y que es el protagonista de su propia educación. A lo mejor en esto ya no estamos todos de acuerdo.
            Un segundo punto es que esta persona, sujeto activo de su educación es un ser social. Quiere decir que se educa con los demás. ¿Estamos de acuerdo?

            La persona pues no es un objeto en manos de nadie, sean adultos, padres, curas, profesores, ministros, etc. etc. Es un ser sagrado que hay que respetar y nadie puede manipular ni adoctrinar.

            Todos tenemos experiencias acerca de lo peligroso que puede resultar el adoctrinamiento, pero seguimos adoctrinando. Pensamos que nuestra doctrina es la verdadera, que no somos monstruos, ni hitlers. Los nazis también pensaban que tenían la razón.

            Cuando se implantan doctrinas en las mentes vírgenes de los niños, quedan ahí para siempre independientemente de que sean verdaderas o falsas. Esto lo saben bien los que actúan como líderes de algo. Se arraigan de tal manera que es imposible desecharlas si alguna vez se pretendiera. Se ven tan antiguas como la propia persona y no se duda de ellas, se defienden como algo sagrado y se convierten en los jueces supremos de todo comportamiento.

            Al colegio se va a aprender. ¿Aprender qué? En esto parece que tampoco existe mucho acuerdo. Voy a exponerlo de una manera que pueda dar satisfacción a la mayoría. ¡Qué iluso soy!

            Se busca la verdad. La verdad no es algo que nos han dado nuestros antepasados y que poseen los adultos. Tampoco es algo que tenemos que descubrir, como si alguien lo hubiera escondido en algún lugar determinado. La verdad es algo a construir entre todos los miembros de la comunidad. No es accesible de modo inmediato.

            Queremos conocer la verdad, pero el conocimiento es un proceso activo, construido por los sujetos. A través del conocimiento nos vamos acercando a la verdad, en la medida en que compartimos este conocimiento con los otros, comprobándolo y mejorándolo.

            El diálogo es un instrumento imprescindible para aprender. Sólo se aprende en comunidad a través del diálogo. Se aprende dentro de una comunidad intercambiando perspectivas, opiniones, experiencias, etc. Se aprende investigando. El diálogo en  sí posibilita que el niño se convierta en una persona.

El conocimiento más digno procede de la experiencia personal más que de los pronunciamientos de las autoridades.

            Para aprender hay que partir de que no se sabe, “sólo sé que no sé nada”, decía el sabio Sócrates. Es fundamental reconocer la propia ignorancia. A los humanos les cuesta reconocer esta ignorancia ante los demás. Utilizan el presunto saber como defensa, como una máscara, como escudo para defenderse de los otros. Pero el conocimiento nace de la duda.

             El conocimiento no es algo terminado que existe en algún lugar y los padres o los profesores o quienes sean recogen para implantarlo en los niños y en los jóvenes.

            El niño, el joven, debe experimentar el mismo proceso que experimentó el pensador original al descubrir su idea. La propia persona es la única que puede dar sentido a su aprendizaje.

            Vigotsky demuestra que no se pueden enseñar los conceptos, sino que el sujeto los va descubriendo y llenándolos de significado para que no sean algo vacío. De otra manera sólo se lograría un verbalismo hueco, una repetición de palabras sin sentido Y Bruner nos enseña lo que llama “la elaboración del sentido” por parte del niño.

            La educación tradicional se basaba en un adulto que sabe y lo enseña al que no sabe; en el dominio de unos y la sumisión de otros. Hoy la educación no debe partir de tales presupuestos. El niño sería un objeto en manos de los adultos y estaría en inferioridad de condiciones respecto a la sapiencia del adulto; tendría que pensar lo que el adulto le propone.

            La tarea del maestro como trasmisor es muy pobre. Lo podría hacer una simple máquina. Para ser maestro, para ser profesor hace falta, primero vocación, y después, preparación.

            La mayoría de los expertos coinciden en que la educación quiere promover la autonomía de los alumnos en todas las facetas de su personalidad: intelectual, emocional, social y moral.

            ¿Qué hacemos con los temas, con los libros de texto?  El gran pedagogo Dewey afirma: “Convertirlos en material de investigación reflexiva y no en alimento intelectual prefabricado que hay que aceptar y engullir”. El material es un estímulo, un pre-texto, no un fin ni algo dogmático.

            La educación basada en la transmisión tribal de ideas a los alumnos, hace a estos receptores pasivos, consumidores de cultura más o menos muerta e impide el desarrollo de toda iniciativa y creatividad.

            En cuanto a los profesores que son el eje en el que se basa todo el sistema, no son meros transmisores de contenidos. Son algo mucho más importante y trascendente. Aunque he descrito en muchos lugares la función del profesor, hoy voy a recurrir a un compañero para que nos acerque al tema. Dice Alejandro Sarbach:

            “Alberto es una de esas personas que da gusto tener como compañero de trabajo… Se mueve con naturalidad y eficacia en el enjambre en que este trabajo nos sumerge. No he asistido a sus clases, pero no me resulta difícil intuir cuál es su estilo. Sabe escuchar, generalmente está alegre, sus comentarios sobre los alumnos suelen ser positivos y, sobre todo, muestra una gran curiosidad y deseos de aprender de la experiencia de los demás.

            Pertenece a mi departamento. Hoy, antes de que sonara el timbre, me mostró unas hojas en las que sus alumnos habían escrito lo que pensaban sobre la forma de hacer sus clases y sobre su asignatura. Después de leer algunas le comenté que me parecía muy importante conocer lo que pensaban los alumnos sobre cómo hacíamos nuestro trabajo y sobre nuestra asignatura.

            Sin embargo, yo pensaba que podíamos dar un paso más. Es importante que los alumnos piensen y se expresen libremente, pero la figura del docente sigue ocupando el centro: les estaba preguntando lo que pensaban sobre lo que el profesor hacía, pero no lo que pensaban sobre sus propios pensamientos.

            Alberto interesado me pidió que me explicara un poco mejor. No era fácil y tampoco había tiempo para muchas explicaciones, por lo que decidí ponerle un ejemplo.
            Supongamos que tienes que explicar los accidentes geográficos; por ejemplo qué es una bahía y qué es una península. Podrías exponer una definición precisa, semejante a la del libro, luego buscar ejemplos y, finalmente, hacer un ejercicio práctico que consista en dibujar un mapa.

            También podrías hacer algo diferente: decir a los alumnos, que seguramente ya saben lo que son estos accidentes, que de lo que se trata ahora es de pensar en una historia, un sentimiento o alguna otra idea que aparezca en sus mentes asociada a las palabras “bahía” y “península”.

            Podrían escribir en sus cuadernos lo que se les fuera ocurriendo. Bastante breve. Luego leer y comentar los escritos de cada uno e ir apuntando en la pizarra alguna de las cosas que se van diciendo poniendo el nombre del alumno o alumna que lo ha dicho.
            Supongamos que un alumno lee algo así. Las palabras “bahía” y “península” me recuerdan unas vacaciones de hace unos tres veranos en la playa. Iba con mis padres a bañarnos a una bahía en la que había muy poca gente y el agua estaba muy limpia y tranquila.

            Un día decidí dar un paseo. Tenía curiosidad por ver qué había al final de la playa. Caminé un buen rato y llegué a una península formada por una gran roca que se sumergía en el mar sin que hubiera a su lado nada de arena. En lo alto de la roca había un faro que durante la noche se encendía y cuya luz lograba divisar desde la pequeña casa que habíamos alquilado.

            El alumno se queda en silencio. No ha escrito nada más, aunque quienes escuchabais tuvisteis la impresión de que la historia no había terminado.

            En lugar de pedirle que defina lo que es una bahía o una península, a partir del ejemplo que ha puesto, tú le animas a que continúe con la historia. Te responde que no tiene nada más que contar. Entonces le dices que no es importante que lo que cuente realmente haya sucedido, que intente imaginar un final para su historia. Tras un momento continúa: En el faro vivía un señor mayor que justo cuando me acerqué estaba pescando. Mi primera reacción fue la de marcharme por temor a molestarle, pero el señor me sonrió y me preguntó si sabía pescar. Le dije que no. Entonces sin ahorrar detalles, me explicó cómo lo hacía, indicando los elementos que necesitaba y los pasos que debía seguir.

            Cuando regresé nuevamente con mis padres les conté lo que me había sucedido. Con su ayuda monté un pequeño equipo de pesca y me inicié en una actividad que me mantuvo ocupado el resto de las vacaciones.

            Le pides finalmente que intente sacar una conclusión de su relato: Las penínsulas sirven para pescar porque se adentran en el mar, y éste se hace profundo enseguida, cosa que no ocurre si nos ponemos a pescar desde una bahía. Además las personas cuando no están en la ciudad o están de vacaciones parecen más amables.
            Luego comenté con Alberto que seguramente los conceptos trabajados habían sido integrados de manera mucho más consciente y especial que si hubiera trasmitido una definición y luego hubiera ordenado hacer una mapa.

            ¿Por qué lo crees?

            Porque de esta forma se consigue convertir un contenido expositivo en un saber narrativo. En las narraciones, aunque los significados puedan ser ajenos u objetivos, al integrarlos el narrador en una trama, se los apropia. Además de aprender su significado, les da un sentido.

            (…) Pero también en la realización de esta experiencia, el alumno habría conseguido algo más: pensar en su propio pensamiento, ejercitar la experiencia autoconsciente de pensar. El punto de partida no fue definir un par de accidentes geográficos o pedir a los alumnos que lo hicieran después de haber leído el libro de texto.

            Se habría partido del supuesto de que ellos sabían ya algo sobre la cuestión y se les propuso que escribieran no lo que sabían, sino las ideas, los recuerdos, los sentimientos que el hecho de pensar en lo que ya sabían podía suscitarles
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            Al convertirse esta experiencia en algo compartido con los demás compañeros esta dinámica narrativa y creativa podía enriquecerse notablemente.

            Cuando a continuación entré en mi clase de filosofía iba pensando cómo convertir “la idea de causalidad como conexión necesaria”, de Hume en una experiencia de autoconciencia narrativa. Tenía en mente que pronto llegarían los exámenes trimestrales y que los alumnos tenían que acudir muy bien preparados a las pruebas de acceso a la universidad.       
    
            Siempre se ha dicho que un buen profesor sabe explicar. Tal vez a partir de ahora, el profesor debe complicar la vida de los alumnos, retarles para que se esfuercen en la búsqueda de sentido. Una buena explicación puede impedir el esfuerzo por parte del alumno, si se lo dan en papilla. El esfuerzo no es solo de codos para aprender de memoria. Lo que hay que transmitir es ilusión, ganas de aprender.

            Otra cosa diferente es que alguien disfrute de un profesor que se lo sabe todo.

            Los alumnos aprenden a colaborar entre ellos y no a competir para ser mejor que el otro, negándole ayuda al compañero. Toda educación es educación en valores.

            La institución educativa solo permite a los alumnos expresar sus pensamientos entre clase y clase, en los pasillos, al igual que a los profesores. En nuestro caso no estamos dispuestos a modificar nuestra práctica docente, pero se nos abren nuevos mundos de trabajo en equipo.

            Entremos en una nueva dinámica colaborativa y solidaria con el claustro de profesores y demás personas que colaboran en la gestión de la institución, así como en una relación empática y próxima con los alumnos.

            Los alumnos solo pueden aprender de un maestro al que aman. Platón.

            Por último el centro. Es el lugar de las maravillas, en el que suceden todas las cosas que hemos insinuado y otras muchas.

            No olvidemos este adagio africano: “para educar a un niño hace falta la tribu entera”. No podemos cargar sobre las espaldas de los maestros todo el peso de la educación de los niños.

José María Calvo
http://josemariacalvo.blogspot.com