El saber oracular: La tragedia de Edipo

José María Calvo
 
Basado en el libro de Rafael Argullol: Edipo una filosofía nómada”.
 

                                                            
            “Pereza y cobardía son las causas de por qué una parte tan grande de seres humanos, después de que la naturaleza los declarase libres de dirección ajena, no obstante gustosamente permanecen de por vida menores de edad; y de por qué a otros les resulta tan fácil erigirse en sus tutores. Es tan cómodo ser menor de edad. Si tengo un libro que juzga por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia, un médico que me dicta la dieta, etc., entonces yo mismo ya no necesito molestarme. No tengo necesidad de pensar”. Emmanuel Kant

         “Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que estas son realmente más claras que las que se le muestran? Platón

          Recordamos la obra de Sófocles Edipo Rey: Los padres de Edipo, los reyes de la ciudad de Tebas, acuden a Delfos, a consultar al oráculo para saber cómo va a ser el hijo que están esperando. Esto no es algo fuera de lo normal. Muchas personas, sobre todo políticos siempre han acudido y siguen acudiendo a los oráculos para pedirles orientación en sus vidas. Hoy acuden a los echadores de cartas o a la bola de cristal. El ser humano a menudo se siente inseguro y perdido ante el futuro y recurre a fuerzas que cree superiores para sentirse reconfortado.

         El oráculo les responde que el hijo que va a nacer matará a su padre y se casará con su madre. Horrorizados por la profecía, y para evitar que el infausto oráculo pudiera cumplirse, Layo, padre de Edipo, en el momento del nacimiento de Edipo, manda que sea abandonado en un monte infranqueable, al que nadie tiene acceso. Allí, por azar, lo encontrará un pastor al servicio de Polibio, rey de Corinto.

         Este rey no tenía hijos y adopta y cría a Edipo como hijo propio. Al llegar a la adolescencia, Edipo se entera de que Polibio no es su verdadero padre, y marcha a Delfos, a preguntar al oráculo por su verdadero padre. El oráculo le dice lo mismo que a sus padres, y Edipo se muestra horrorizado.

         De vuelta del oráculo, en el camino, se encuentra con un hombre que le impide el paso. Discuten y en el enfrentamiento muere este hombre. Edipo continúa su camino y llega a la ciudad de Tebas, que está dominada por un monstruo, la famosa esfinge. La peste asola la población hasta que alguien la libere de la condena. Solo le queda esperar que alguien dé la respuesta, alguien que desvele el problema, el misterio. La ciudad sufre el destino del ser humano ante su propia identidad, sufriendo su ocultamiento.

         Edipo se enfrenta a la esfinge y la vence al adivinar el enigma que ésta le propuso. El premio por liberar a la ciudad del monstruo es la mano de la reina Yocasta.

         Edipo se convierte en rey de Tebas y pronto descubre que Yocasta, su esposa, es su verdadera madre, y que el hombre al que mató en el camino era Layo, rey de Tebas, su verdadero padre.

         Comienza la tragedia para Edipo que horrorizado por la monstruosidad de sus actos, para no verla más, se arranca los ojos y decide llevar una vida errática para siempre.

         Esto es lo que nos interesa para el tema de hoy. No entraremos pues en la interpretación freudiana del complejo de Edipo en los hombres y el de Electra en las mujeres.

         Aplicamos esta obra a nuestro tema de filosofía, al saber. A mí ya me conocéis, pues os he visitado varias veces. Mi nombre es filosofía y mi saber es el filosófico, como podéis suponer.

         Pero también existe otro tipo de saber que soléis llamar saber oracular. Somos dos formas diferentes de saber
.
         El saber oracular está basado en los dictámenes de los oráculos. Los oráculos eran muy frecuentados en la antigua Grecia, y los que se acercaban a preguntar a la pitonisa, creían firmemente en la respuesta del oráculo.

         Pues bien, este saber oracular es el saber primigenio de la humanidad, por medio de mitos que descifren una realidad que no existe. Este saber tiene un poco de saber filosófico. En el frontispicio del oráculo más famoso de toda Grecia, en Delfos, figuraba el lema filosófico del mismo: Conócete a ti mismo El ser humano no es y tiene que ir haciéndose, a la vez que construye su estar, su realidad.  Los demás seres del universo son a la vez que están.

         En el saber oracular el ser humano está sujeto al destino, que gobierna el mundo por encima de las voluntades de los dioses. Este destino es implacable y se cumple inexorablemente, a pesar de los rezos y sacrificios a los dioses. Lo vemos en el mundo homérico de la Ilíada y la Odisea. Los designios se cumplen. Aquiles tendrá un talón, para que el destino pueda actuar y cada ser humano tenemos el nuestro. En este tipo de saber, nuestra tarea en la vida, nuestra educación, consistiría en conocer bien cuál es nuestro talón para saber cuál va a ser nuestro destino. Un destino que ya está fijado de antemano.

         Podríamos comparar este estado de saber oracular con el mundo de la infancia, del que nos habla el texto del filósofo alemán Manuel Kant con el que comenzábamos esta charla. El mundo cómodo de la infancia, en el que por pereza y cobardía, dice Kant, el ser humano renuncia a su libertad y responsabilidad, para permanecer en la minoría de edad.

          Es el síndrome del peterpanismo. Peter Pan tampoco quería crecer.  Así nos evitamos responsabilidades. No necesitamos pensar por nosotros mismos, pues ya tenemos quienes lo hacen por nosotros. Los oráculos, los dioses, los curas, los papás políticos, los médicos, los profesores, los creadores de opinión, la radio, la televisión. ¿Podemos darnos cuenta de cuanta gente quiere pensar y decidir por los demás?

          Y es que la palabra, el don de la palabra, tiene un inmenso poder y adquiere significados diversos según quien las pronuncia, desde dónde lo hace, el discurso y el contexto que la cobija y los conceptos a los que se asocia y vincula. Se manipula y tergiversa el sentido originario y real de los vocablos. Las trampas del lenguaje son infinitas, para intoxicar, confundir y persuadir a una opinión pública desinformada.

         Otro día hablaremos del filósofo austriaco Wittgenstein, para quien todos los problemas de la filosofía y muchos de la humanidad, no son más que trampas del lenguaje.

          Este mundo de los oráculos es el mundo de nuestros primeros padres en el paraíso, o de los fetos en el vientre de la madre. Así ha sido comparado a lo largo de la historia

         En este tipo de sociedad, no se necesita conciencia. ¿Para qué, si todo le decide nuestro papá el destino, este destino que a veces todos nos inventamos para comodidad nuestra? Nosotros solo tenemos que decir amén. Es la respuesta del soldado: yo solo obedezco órdenes. La conciencia personal no existe, ni tampoco la responsabilidad propia. Los que me lo han ordenado son los únicos responsables. Yo, pobrecito de mí, solo obedezco, no sé ni quiero pensar por mí mismo.

         Pero el saber filosófico da un paso hacia delante. Cree en la libertad de los seres humanos, y por lo tanto en su responsabilidad. No estamos condenados de antemano por ningún destino, sino que lo que seamos cada uno dependerá el tipo de vida que decidamos llevar.

         El saber filosófico nos ayuda a salir de este tipo de infancia, del jardín del Edén, y a ser nosotros mismos; a tener conciencia propia, a pensar, para que otros no nos roben nuestros pensamientos que nunca hemos tenido y la palabra que nunca ha sido nuestra. Siempre ha sido de otros, de los listos.

         Nos fuerza a salir de las tinieblas de la caverna en la que el filósofo Platón nos dice que vivimos prisioneros desde que venimos a este mundo, para llegar a contemplar  la luz, la misma luz en sí.

         Esta luz es fuego mental, chispas ardientes que sirven para prender otros fuegos, para propagarse y difundirse. Al principio, hace daño a los ojos, porque están acostumbrados a las tinieblas, por lo que tratamos de eludirla por todos los medios. Preferimos vivir en la oscuridad que no compromete, es más cómodo; en la ignorancia, en la eterna infancia, y nos engañamos pensando que ya estamos en la luz, en la verdad. Y, engañados, creemos que vivimos muy felices. El tema de la felicidad ya ha sido tocado en estas charlas y seguramente volverá a salir.

         El saber filosófico nos arroja fuera de este estado paradisíaco, y nos ayuda a dar sentido a nuestra existencia, a veces sin sentido, para procurar la salud del alma, de la que nosotros somos los auténticos y únicos responsables. Podemos tener información sin conocimiento, y conocimiento sin comprensión. Dice Miguel de Montaigne: “Es signo de indigestión y crudeza arrojar la carne tal y como se ha comido. El estómago no funciona como es debido si no transforma la sustancia y la forma de lo que le dieron para nutrirse”. Nuestro cerebro también debe transformar lo que le llega y no aceptarlo así, sin más.

         En el saber oracular, Edipo triunfa cuando descifra el enigma que le presenta la esfinge. Y su triunfo fue su desgracia. Se equivocó, creía que sabía la respuesta creyó que con la resolución del enigma de la esfinge solucionaba el problema de la condición humana, pero se equivocaba. El conócete a ti mismo, ese conocimiento que necesitamos atrapar, se nos escapa como el agua de una canastilla.

         Creía que el problema del enigma, del conócete a ti mismo, era el que le llegaba de fuera, de la esfinge  y que resolviéndolo, había superado el obstáculo que la vida le presentaba. No se daba cuenta de que el verdadero obstáculo no venía del mundo, sino que se hallaba en su interior. Quería adivinar, saber, quien era, quien es el ser humano. Se trataba de su identidad, de su propio desconocimiento. El ser humano tiene que recrear el espacio propicio al descubrimiento de su existencia. (Aquí enlazamos con las charlas de arte, la labor del arte en la existencia humana).

         ¿En qué o dónde falla Edipo? Pudo fallar en creer que tiene identidad fija, verdadera, en pensar que el ser humano posee una naturaleza dada, que luego resulta no ser tal. El hombre desconoce la raíz de sí mismo. Su vida es un problema eterno. Él es el único garante de su ser por descubrir y de su historia. Es un ser histórico a diferencia de las demás criaturas. ¿Cuál es el animal que por la mañana anda a cuatro patas, a mediodía con dos y al atardecer con tres? ¿Quiénes somos? Este es el gran enigma, nuestra tragedia y nuestro reto, tratar de desvelar nuestra realidad ocultada, misteriosa.

         Al principio Edipo cree saber la respuesta, y con ella triunfa, llega a ser rey, pero poco a poco se da cuenta de que no es así. El destino ha quedado hechizado dentro de un enigma que no está en disposición de entender.

Esta es la trágica ironía de Edipo. No sabe quien es, no se conoce y padece su ocultamiento. Las respuestas parecen estar más allá del entendimiento humano. Volvemos al “solo sé que no sé nada” socrático. Solo cuando se vuelve ciego, cuando es desterrado del Edén, es capaz de reconocer su ignorancia y comienza a ver. Adán y Eva, después de pecar, también comenzarán a ver, a darse cuenta de su situación. Edipo verá su no identidad, y se dará cuenta de que no podrá conocerla jamás debido a su propia condición errática. Cuando Dios arrojó a nuestros primeros padres del paraíso, los condenó a vagar errantes.  El ser humano no es; el ser humano camina errante haciéndose y deshaciéndose a cada instante. Somos para dejar de ser y ser otra cosa. Nuestra vida es errante y ciega, como la de Edipo. Edipo es el modelo, representa al ser humano caminante por el mundo.

         A la vez, el nuevo conocimiento que obtiene es la constancia de que no hay conocimiento; existen múltiples conocimientos y el conjunto de todos ellos, incluidos los errores, nos van acercando a la construcción de cada verdad. Verdad que no podemos alcanzar con los ojos de la cara.
Necesitamos algo más. Pararnos un momento, cerrar los ojos del mundo para abrir los ojos del alma y mirar en nuestro interior. Ahí está, ahí podemos encontrar el verdadero conocimiento. Debemos salir de nosotros mismos, de nuestros prejuicios, de lo que hemos aprendido. Es un nuevo tipo de saber.
         
         La esfinge es el símbolo de nuestras vidas, de nuestros afanes diarios, que pueden llegar a ser también una maldición como lo fue para Edipo, si no somos capaces de desarrollar las capacidad de ver más allá, pues la vida, la información, la publicidad, etc. pretenden mostrarnos únicamente lo que nos es más inmediato, como la única  verdad a la que tenemos que llegar para obtener el éxito.

         Es el falso éxito. Si respondemos a estas sirenas que halagan nuestros oídos, podemos tener la presunción que tuvo Edipo. Hemos dado respuesta al enigma, ya estamos en posesión de la verdad, ya sé quien soy como ser humano y como ciudadano de la sociedad. Sé donde encontrar el éxito en mi vida. Y nos precipitaremos en las profundidades del abismo corriendo detrás de estas falsas diosas que seducen a toda persona que no sea capaz de cerrar los ojos para mirar.

         La esfinge es una maldición para Edipo porque le hace ver únicamente lo que es inmediato, lo que se le presenta ante los ojos. Y piensa que esa es la verdad. Está orgulloso de si mismo: Yo sé la respuesta, piensa como cualquier colegial, ante la pregunta del maestro. Al contestar al enigma, Edipo ya cree conocerse: está seguro de sí mismo sin pasar antes por una toma de distanciamiento o un proceso de extrañamiento.
Edipo representa un grito de alerta sobre el carácter inmediato del falso conocimiento y un alegato a favor del extrañamiento, de la necesidad de que el hombre salga de sí mismo para mirarse, ya que solo así podrá verse de verdad
.
         Paradójicamente es en el momento en que Edipo se saca los ojos cuando es capaz de ver más allá de su propia inmediatez, se da cuenta de su tragedia, de su ignorancia y hacia donde le ha conducido el saber que creía poseer. Edipo se siente culpable de los crímenes cometidos y se arranca los ojos. Adán también se siente culpable al comer del árbol prohibido, y también se le abren los ojos, para darse cuenta de que está desnudo. Adán es arrojado del paraíso y comienza  su vida como ser humano.

         Desde el momento en que ha salido de sí mismo, en el momento en que pone en cuestión todo lo que ha aprendido, cuando no puede utilizar los ojos que ven lo que siempre han visto, es cuando Edipo se encuentra preparado y empieza a verse, pero, para llegar a este punto, ha sido necesaria una educación. No una educación externa, recibida de otros, de los sabios, de los que creen que saben, no, sino educarse en esa nueva mirada sin ojos. Se da cuenta de que debe lanzarse al peregrinaje mendicante por los diversos caminos de Grecia. Por tanto se constituye en el nuevo Adán, en un sabio errático al que se superpone la figura del mendigo.

         Tenemos que aprender que nosotros no tenemos la respuesta, ni los libros tampoco. Caminante no hay camino, Tenemos que construirla cada día. Para poder hacerlo tenemos que arrancarnos los ojos, volvernos ciegos como Edipo para poder ver.

        A Adán y a Eva se les abrieron los ojos, después del pecado original. Edipo se arrancó los suyos, y todos fuera del jardín del Edén, comienzan a ser ellos mismos, a ser personas humanas, con sus virtudes y sus defectos, con sus penas y sus glorias. En el paraíso desconocían las emociones: no sentían vergüenza, ni celos, ni ternura, ni amor. Podríamos decir que nuestros primeros padres llevaban una vida aburrida, no humana; no sentían ni padecían.
 
         Comenzamos a ser humanos cuando fuimos arrojados del paraíso. El psicoanálisis habla del vientre materno, como paraíso.

        “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” dice Dios a Adán. En este nuevo mundo humano, errático, tenemos que trabajar para ser, para hacernos, para amar. Es la aventura de la vida. En ella todo está compuesto de contrarios: el amor lleva odio, lo blanco lleva negro, la gloria lleva penas.

         No existe un conocimiento fijo, estable, verdadero, para siempre, aunque los ojos de la cara, a veces nos lo hagan creer así. Todo conocimiento es errático, peregrino a través de los siglos y de los hombres y mujeres del mundo. En el mundo del saber oracular, en el Edén, no hay libros, no hacen falta. La verdad está ya dada. Solamente cuando hayamos alcanzado este nuevo saber que nunca se alcanza, seremos sabios; cuando lleguemos al nivel de la humildad, del solo sé que no sé nada. En este momento estamos preparados para gozar de la otra vida.
Un saber que no es solo saber, sino que es vida, y la vida no se sabe, se vive y es distinta cada día. Tenemos que levantarnos cada día con ojos nuevos, porque la vida es nueva cada día, lejos de los saberes muertos, academicistas, enlatados, que, sí, tal vez puedan ayudarnos a triunfar en un mundo que no nos lleva a ninguna parte. Es el preguntarse el porqué y el para qué de nuestro saber, de nuestros saberes.

          Los procesos económicos rigen la vida, el destino, los afanes y los ideales de los hombres y mujeres concretos. La cultura dominante ha convertido el éxito personal en una nueva religión basada en la productividad y en la competitividad. La productividad moviliza a la sociedad entera. El mundo del trabajo se concibe como una máquina. La sociedad exige el desarrollo represivo del individuo, impone sus mismas necesidades y sus pretensiones de satisfacción.

         Estas necesidades, la mayor parte de ellas falsas, descansar, divertirse, comportarse y consumir de acuerdo a la publicidad establecida, amar y odiar lo que otros aman y odian, quieren perpetuar el sistema.  Los poderes externos sobre los que no tenemos control determinan el contenido y la función sociales. Es el falaz triunfo de Edipo antes de arrancarse los ojos.

         La lección de la Esfinge es la afirmación de una identidad que conlleva nuestro primer acceso al conocimiento. Nuestros “porqués” infantiles nos permiten construir una imagen de quienes somos. La educación que recibimos de nuestros padres y de los sistemas pedagógicos y culturales nos lleva, en todos los casos, a afirmar nuestra identidad. Y probablemente sea al llegar a la cima de esta afirmación cuando debamos estar en condiciones de destruir, lo que en el caso del mito de Edipo queda simbolizado en el acto de arrancarse los ojos.

         Es en ese momento cuando Edipo está en condiciones de avanzar hacia una segunda esfera de conocimiento, la superior, que ha dejado de estar basada en la afirmación de la identidad para partir de la idea del errático, del náufrago, del que en definitiva sabe que incluso ese barco firme y sólido, puede llegar a hacer agua.

         A partir de la constatación que obtiene Edipo de su falsa identidad está en condiciones de avanzar por esa segunda senda del saber que consiste precisamente en la posibilidad de vivir la experiencia del hombre sin el refugio de identidades y de convicciones. Solo si el hombre es capaz de ver sus errores, puede caminar. El que está anclado en la verdad, en su verdad, no llega a ningún otro sitio.

         De ahí la necesidad de hacerse extraño para mirarse. Sólo podemos conocernos si nos alejamos suficientemente de nosotros mismos para vernos. Y en ese horizonte, Edipo, al sacarse los ojos, se ve desde fuera y quizá sea ese el significado secreto y misterioso de su maravillosa muerte, que es un definitivo “cerrar los ojos” ; volver al misterio para ver lo que es la experiencia de la vida y de la existencia. Y llegamos al final de la vida, de esta vida.

         La muerte de Edipo es misteriosa. Es el culmen de su vida: solo ante Teseo, el fundador de Atenas, muere sabio tras haber recorrido errante los paisajes del mundo conocido, de Grecia; una muerte que en cierto modo nos lleva a las fuentes de lo misterioso. La muerte es misterio. Misterio y misticismo proceden de musteion, “cerrar los ojos”. El sabio que cierra los ojos es el que finalmente ha visto. Pero este ver ha conllevado un extrañamiento continuo, conócete a ti mismo, “yo soy lo otro que hay en mí”. La muerte es un cerrar los ojos a este mundo para abrirlos a otro nuevo.

         Edipo ciego, el héroe errante, representa a la perfección el ponerse a la ventura del hombre, en cuanto a disposición al conocimiento. La percepción de la falsedad y la carencia ponen al mendigo en el camino. La obtención de conocimiento es un proceso, un  viaje sin retorno.
Quiero terminar con unos párrafos que surgen de la lectura anterior.
         
         Una educación adoctrinadora y manipuladora mantiene a las personas en la incapacidad de ser autónoma. Se consigue un desarrollo y una satisfacción heterónoma. En última instancia la pregunta sobre cuales son las necesidades verdaderas o falsas sólo puede ser resuelta por los mismos individuos, pero sólo en última instancia, e.d., siempre y cuando tengan libertad para dar su propia respuesta.


         Se presenta el adoctrinamiento como buen modo de vida. La consecuencia es el pensamiento y conducta unidimensional, el totalitarismo democrático del sistema tradicional social y educativo, la unidimensionalidad y la limitación del pensamiento. Es la dictadura educacional, del derecho, de las leyes.

         Los resultados, la situación de fracaso, la miseria, la injusticia, la rebeldía contradicen  la racionalidad acomodaticia del sistema.

         La libertad intelectual significaría la restauración del pensamiento individual absorbido ahora por la comunicación y el adoctrinamiento de masas, la abolición de la “opinión pública” junto con sus creadores. Toda liberación depende de la toma de conciencia de la esclavitud.
 
         El filósofo Hegel afirma “la empresa de conocer no puede tener lugar si no es conociendo (...) querer conocer antes de conocer es tan extravagante como el sabio propósito de aquel escolástico de aprender a nadar antes de haberse arrojado al agua”. Es un aprender debatiendo, discutiendo. El filósofo problematiza lo que lo que damos por sentado. Para apropiarse de un problema filosófico no es importante con entenderlo, hace falta vivirlo, sentirlo en la piel, dramatizarlo, sufrirlo, padecerlo, sentirse amenazado por el...

         Cuando vemos y oímos no percibimos el mundo tal cual es, separado de los seres humanos, y de los esquemas conceptuales humanos, sino un mundo ya interpretado y humanizado por nuestras facultades y nuestros conceptos.