¿CÓMO PUEDES
AGUANTAR?
¿Cómo puedes aguantar
a estos chicos y chicas de hoy? Son unos gamberros mal educados
que no respetan nada ni a nadie. Menos aún comprendo cómo
los profesores podéis arreglaros para enseñarles algo
útil, cuando no están interesados en nada. Tenéis
mucho mérito; yo nunca sería profesor. Aguantar tanto
y durante tantos años debe dejar una gran huella.
¿Cómo pude soportar
a estos chicos y chicas adolescentes y estar vivo aún? Huella
sí que han dejado en mí tantos años con ellos.
Algunos piensan que los profesores mayores tienen que padecer alguna
enfermedad producida por este aguantar. Otros creen que la vida
de profesor es la mejor de las vidas. Muestro mis huellas en esta
biografía y ofrezco mi propio y personal caminar.
Yo quería ser profesor. No
sé cuándo ni cómo llegó esta idea a
mi cabeza, y cómo después o a la vez pasó a
mi corazón, pero en algún momento de mi vida tomé
una decisión importante. A menudo me decía que esta
era mi verdadera vocación. Me preguntaba y me pregunto qué
es eso de «verdadera vocación» y en qué
consiste ser «un buen profesor». Después de una
vida toda como profesor sigo preguntándome. Pero voy a compartir
mis experiencias.
Si nos han cambiado todas las preguntas,
como afirma Mario Benedetti, si «la educación no es
llenar una cubeta, sino encender una llama», como dice Yeats,
y si «el cerebro no es un vaso para llenar, sino una lámpara
para encender», como enseña Plutarco. ¿Qué
es un buen profesor? Ya no es importante la sapiencia del profesor,
la clase magistral, el salir de la clase a hombros de tus alumnos,
después de una «buena clase». Lo realmente importante
es lo que sucede en las cabezas de los que aprenden. El enseñar
deja paso al aprender.
«Todos vivimos a merced de quienes
controlan los medios de comunicación de masas…, náufragos
de nuestro fracaso espiritual, somos cada vez más corchos
a merced del primero que llega con labia o con recursos suficientes
para llevarnos al huerto» (A. Pérez Reverte). ¿Seremos
también nosotros, con más o menos labia, quienes tratemos
de llevarnos al huerto a los alumnos? ¿O somos nosotros mismos
llevados al huerto por alguien? No se puede aleccionar a los hombres,
solo guiarlos PARA QUE SE BUSQUEN A SÍ MISMOS, PARA QUE SE
VEAN CON SUS PROPIOS OJOS. Ni gafas ni píldoras. «Si
queremos adultos que piensen por sí mismos, debemos educar
a los niños para que piensen por sí mismos»
(Lipman).
Profesores en y para la libertad.
«Decir que los seres humanos son personas, y como personas
son libres, y no hacer nada para lograr concretamente que esta afirmación
sea objetiva, es una farsa», escribe Paulo Freire. Y continúa:
«Nadie libera a nadie, y nadie se libera solo. Los seres humanos
se liberan en comunión».
Hay quien siente la educación
como una carrera de obstáculos. Las materias y los profesores
son obstáculos que los estudiantes deben superar para alcanzar
la meta y fortalecer su personalidad. Y la propia educación
como frustración. Un buen profesor tiene que ayudar a que
sus alumnos despierten sus potencialidades, lo que pueden llegar
a ser. Recuerdo que un compañero decía que un buen
barómetro era observar cuántos ojos brillantes hay
dentro de la clase.
Toda verdad es una conquista personal.
El diálogo socrático puede ser un buen camino. En
el aula tienes que crear tu propio camino. «Caminante no hay
camino, se hace camino al andar». Tienes que encontrarte a
ti mismo, desarrollar tu estilo propio, tus propias técnicas,
para encontrar al otro. No des muchas vueltas y muéstrate
como eres, con sinceridad.
¿Cuánto tiempo necesitaría
para saber cuál era mi propio camino? Tal vez toda la vida,
no importa. Lo importante es comenzar a caminar ya. Un buen profesor,
un buen maestro, debe saber observar y aprender. Quien no aprende
de sus alumnos no es un buen profesor. Siempre he tenido en mi mente
que nuestra vocación o profesión es vivir para y no
vivir de. La tarea principal del profesor es liberar la mente y
permitirla pensar. La mente no debería estar encerrada dentro
de sus propios pensamientos. Igual que en algunas prácticas
orientales como en el Zen, lo que se necesita es cortar las conexiones
por las que habitualmente discurre el pensamiento, apoderarse de
ellas por medio de alguna paradoja, análisis crítico
o comportamiento extraño, lo que, con un poco de suerte,
arrojará luz sobre el pensamiento. Parece poco importante,
pero merece la pena tener buen humor, alegría, para ser buen
profesor. Enseñamos más de lo que decimos. Hay pensadores
geniales, que pueden no ser buenos profesores.
El profesor enseña sobre
todo con su persona, con su ser, más que con su decir. Nadie
enseña lo que sabe, sino lo que es. «Lo que eres suena
tan alto en mis oídos que no deja escuchar lo que dices»,
reza un proverbio. Debe creer en sí mismo y en el gran valor
de lo que hace. Si él no lo cree así, ¿quién
lo va a creer?
«Si solo ponemos el énfasis
en ganar, en aprobar, lo primero que van a hacer las personas es
intentar hacer trampas; y en segundo lugar procurarán ganar
con el mínimo esfuerzo, porque esto demuestra que son aún
mejores» (G. Cooper). No es necesario recordar ahora los dopajes
de deportistas, atletas, y hasta de animales. Siempre que hay competición,
hay trampas, que en demasiadas ocasiones llevan a consecuencias
dramáticas. Y lo vemos cada día como algo normal y
hasta gracioso. ¡Como a nosotros no nos afecta! ¿O
sí nos afecta?
Ya no deseaba silencio total en el aula,
sino diálogo y cooperación entre todos y volví
a pensar que «los profesores equivocados que no dejan de repetir
a los alumnos que se sienten y estén callados, demuestran
una preferencia por trabajar con un grupo de árboles y no
con una clase llena de personas» (Robert Sylwester). Un alumno
me decía: «Mi padre me ha dicho que venga a prepararme
para ser el día de mañana un hombre de provecho».
Espero que la lectura sacie tu curiosidad, o que al menos te cree
alguna duda. El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona, enseña
Aristóteles. Si no dudamos no avanzamos.
«Abrir camino…, lo propiamente humano no es ver, sino
dar a ver, establecer el marco desde el que podamos ver» (María
Zambrano).
José María Calvo.