S Agustin Obispo

Agustín de Hipona, filósofo

 

          Comienza Agustín su filosofar en las Confesiones dando gracias a Dios. Para Agustín el objeto de la filosofía es la felicidad que se encuentra en Dios.

         “Grande eres señor e inmensamente digno de alabanza; grande es tu poder, y tu inteligencia no tiene límites”. … “Y ahora, señor, concédeme saber qué es primero: invocarte o alabarte: o si antes de invocarte es preciso todavía conocerte”.

         Este conocer a Dios para alabarle es el objetivo de la filosofía de Agustín de Hipona.

         Tal vez sea una pretensión indebida atreverme a hablar de San Agustín en esta ciudad escurialense plena de expertos en el tema y, sobre todo, teniendo un colegio, una universidad y algo más de los PP. Agustinos. Pero sintiendo que mi preparación en el tema es inferior a todos ellos, como uno de los responsables del área de filosofía, me he creído en el deber de no obviar a ningún pensador de nuestra cultura. Por eso sin  más pretensiones que acercaros a este insigne pensador me he atrevido a traer hoy a Agustín de Hipona.

         Siguiendo la estela de filósofos que están visitando este ateneo escurialense, hoy tenemos la suerte de recibir a un filósofo diferente a los anteriores. Es un filósofo cristiano y, dentro de la iglesia católica, santo y Padre de la Iglesia. Viene a hablaros Agustín de Hipona, San Agustín.

         Si desde la perspectiva nietzscheana, la muerte de Dios es el acontecimiento más grande de la historia, desde la perspectiva del creyente cristiano, la venida de Cristo al mundo es el centro de la historia.

         El cristianismo penetra en Europa como misión de evangelización procedente de los centros culturales del Mediterráneo, del Mare Nostrum, que introducía la cultura junto a la nueva religión
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         La religión cristiana es introducida en Europa como salvadora y continuadora de los valores culturales clásicos.

         No obstante, la predicación de Jesús está basada en los más firmes pilares de la tradición credencial hebrea; desde el concepto de Dios hasta las claves para la interpretación del mundo, son de herencia hebrea más que clásica.

         Un pueblo posee una concepción histórica propia reflejada en las obras de sus sabios.

         Griegos y romanos concibieron la historia como una continua repetición de hechos, la “Historia como maestra de la vida”. El hombre vive esta repetición del acontecer de cada día, inmerso y atado a él por el destino.

          El esfuerzo por sustraerse a él produjo la tragedia vinculada así al mito del eterno retorno.

         El filósofo Platón recoge el mito de eterno retorno. Bajo el dominio de Cronos y Zeus la vida consumió su tiempo y el período de Cronos terminó “por haber dado cada alma todas las generaciones que le correspondían y haber caído como semilla en la tierra las veces dispuestas para ello”. Después del lógico cataclismo que suponía el cambio de sentido, “que hacía del fin principio y del principio fin”, el mundo prosiguió su marcha, que, ya el Dios al mando del timón, perduró “inmortal y exento de vejez”. Pero no así el hombre que debió vivirlo por sí, sin ayuda ni protección divina.

         Es un sentido cíclico de la historia que vive el tiempo como continuo presente, en el que sólo existe el antes y el después.

         “En el círculo es común el principio y el fin” (Heráclito)

         El tiempo en el que “lo frío se torna caliente, lo caliente frío, lo mojado seco y lo seco húmedo”. (Heráclito)

         El tiempo es así un absoluto; en este sentido se lo llamó eterno, al cual se refiere todo como a su principio y fin, como en el mito de Cronos devorador de sus hijos o en el texto de Anaximandro

         Donde las cosas se generan, allí retornan disolviéndose, según lo necesario y, así, una paga a la otra la pena que para retornar la justicia le es impuesta por su injusticia, según el orden del tiempo.

         El tiempo es, sin principio ni fin, continuamente siendo. Todo es para el tiempo.

         El filósofo Séneca es una excepción a esta concepción del eterno retorno, y concibe el tiempo como la ocasión dada al hombre para hacer algo. En su obra “De Brevitate vitae”, dice

         El vivir como si hubiera de vivir para siempre, sin que nuestra fragilidad os despierte. No observáis el tiempo que se os ha pasado y así gastáis de él como de caudal colmado y abundante, siendo contingente que el día que tenéis determinado para alguna acción sea el último de vuestra vida.

         Se puede decir que el mundo clásico fue a-histórico, sin perspectiva histórica, pues veía el objeto de la historia como actual, en su ser actual, en aquel tiempo.

         En el cristianismo el tiempo tiene un principio y un fin que están en Dios creador del universo de la nada.

         Después de esta breve introducción al tema se presenta ante todos

                                        Agustín de Hipona

         Mi nombre es Aurelio Agustín y nací el 13 de noviembre de 354 en Tagaste ciudad de Numidia, en el África romana, hoy Argelia. Mi padre se llamaba Patricio y era funcionario municipal. Mi madre Mónica, a la que siempre admiré, era cristiana. Yo fui el “hijo de las lágrimas de mi madre”. Tuve dos hermanos: Navigio y Perpetua.

         A los siete años entré en la escuela, en la que aprendí a leer y a escribir en latín y en griego. No quiero recrearme en estos años de mi niñez y adolescencia en los que fui un niño más con mis problemas de falta de ganas de estudio y mis pinitos en mostrar mi personalidad diferente a la de los adultos.

         Terminada esta etapa, y ya en Cartago, aprendí Gramática y Retórica. Me atrajo el teatro, y dispuesto de una gran imaginación, me gustaba verme en la cresta de mis condiscípulos. Todos alababan mis triunfos en la retórica y la elocuencia.

         En esta época, “me precipité en el amor en el que deseaba ser cogido” y tuve a mi hijo Adeodato.

         Toda mi vida he buscado la verdad con toda ansiedad y poniendo toda mi alma en este empeño
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         A los diecinueve años no sé cómo llegó a mis manos el Hortensius de Cicerón, que dio un giro radical a mi vida. Esta obra me puso en contacto con la filosofía a la que ya no abandonaría de por vida.

         Como dejé escrito en mis confesiones: “Entre estos tales, estudiaba yo entonces, en tan flaca edad, en la que deseaba sobresalir con el fin condenable y vano de satisfacer la vanidad humana. Más, siguiendo el orden usado en la enseñanza de tales estudios, llegué a un libro de un cierto Cicerón, cuyo lenguaje casi todos admiran, aunque no así su fondo. Este libro contiene una exhortación, y se llama Hortensius. Semejante libro cambió mis afectos y mudó hacia ti, Señor, mis súplicas e hizo que mis votos y deseos fueran otros. De repente apareció a mis ojos vil toda esperanza, y con increíble ardor de mi corazón suspìraba por la inmortalidad de la sabiduría, y comencé a levantarme para volver a ti. Porque no era para suplir el estilo – que es lo que parecía debía comprar yo con los dineros maternos en aquella edad de mis diecinueve años, haciendo dos que había muerto mi padre-; no era, repito, para pulir el estilo para lo que yo empleaba la lectura de aquel libro, ni era la elocución lo que a ella me incitaba, sino lo que decia…. El amor a la sabiduría tiene un nombre en griego, a saber, filosofía, al cual me encendían aquellas páginas”.

         Busqué incansablemente la verdad por medio de la filosofía. Pasé por diversas escuelas y me sedujo el maniqueísmo. Parecía que esta escuela sería la que alumbrara y orienta mi vida. Al fin llegó una nueva decepción comencé a pensar que es imposible alcanzar la verdad, cayendo en el escepticismo.

         Marché con mi madre a Roma, la capital del imperio en busca de mejor fortuna. Más tarde la divina providencia me llevó a Milán, y allí gracias a las predicaciones del obispo Ambrosio, logré encontrar el camino que aquella me estaba mostrando cada día.

         Despedí a mi compañera y decidí vivir una vida nueva lejos de las relaciones carnales. A esta nueva elección me ayudaron también las lecturas de los filósofos neoplatónicos.

         Pero fue la Sagrada Biblia explicada por San Ambrosio la que abrió mi mente a las verdades de la fe.

         Un día paseando por el jardín con mi amigo Alipio, escuché la voz de un niño que decía: “Toma y lee”. Pensé que Dios me hablaba por la boca de este niño y decidí leer la sagrada Biblia. La abrí por el capítulo 13 de la carta de Pablo a los romanos. Cuando lo terminé se habían desvanecido todas mis dudas.

         Decidí prepararme para  mi conversión al cristianismo. Dejé la cátedra y con mi madre y unos compañeros me refugié en Casiciaco para prepararme por medio del estudio y la meditación. Un año más tarde me bautizó el obispo de Milán Ambrosio. Bautizado, regresé a mi país, ya sin mi madre que murió en Italia una vez cumplida su misión.

         Despojado de todo, en Tagaste, me retiré a poner en práctica la vida monacal, de la que salió años más tarde la Regla  de la orden. Quería abrir un monasterio, y me nombraron sacerdote, a mi pesar. Pero era la voluntad de Dios. Más tarde me pidieron trabajar como obispo lo que me llevó ya a formar el monasterio para clérigos.

         Fruto de todo este trabajo surgieron mis predicaciones y mis libros en los que expongo el camino hacia la felicidad que se encuentra en el único Dios.

Filosofía:

         Desde niño perseguí la verdad. Pensé que la alcanzaría por medio de la razón. Vagué con desesperación de una verdad a otra hasta llegar a convencerme de que no era posible tal verdad en este mundo. Descubrí la fe, y la fe me llevó a la única verdad. La fe alumbró mi mente racional y mi razón siguió los caminos de la fe. Pensamiento, razón y fe se necesitan mutuamente una a la otra. Son dos campos que necesitan complementarse. Crede ut intelligas, (cree para comprender), intellige ut credas (comprende para creer). Podemos buscar la verdad siguiendo dos caminos, bien por medio de la filosofía, a través de la razón, o bien por medio de la religión, a través de la fe. Ambos  caminos llegan al mismo sitio y no tienen que excluirse uno al otro.

         Es necesario comprender el sentido y el contenido de la fe. La fe necesita probar su racionalidad y utilizar los conceptos de la razón. Con estas dos herramientas, la fe y la razón proseguí mi camino en busca de la verdad.

        Seguía un camino equivocado. Pensaba que la verdad estaba esperándome detrás de cualquier esquina, y tardé en darme cuenta de que la llevaba dentro de mí. Busqué pues en mi interioridad y en ella pude ver la trascendencia, la verdad inteligible e inmutable.

        Quiero comenzar la exposición de mi pensamiento filosófico con uno de mis textos. Es el siguiente:

No quieras derramarte fuera, entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad, y si hallares que tu naturaleza es mudable, transciéndete a ti mismo, mas no olvides que al remontarte sobre las cimas de tu ser, te transciende tu alma, dotada de razón.

 “Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende”. Pues, ¿adónde arriba todo buen pensador sino a la verdad?, la cual no se descubre a sí misma mediante el discurso, sino es más bien la meta de toda dialéctica racional”.

Mírala como la armonía superior posible y vive en conformidad con ella. Confiesa que tú no eres la verdad, pues ella no se busca a sí misma, mientras tú le diste alcance por la investigación, no recorriendo espacios, sino con el afecto espiritual, a fin de que el hombre interior concuerde con su huésped, no con la fruición carnal y baja, sino con elevadísimo deleite espiritual”.

         Para poder llegar a descubrir la verdad, el hombre debe entrar dentro de sí mismo, debe mirar en su alma y meditar. En esta reflexión interior, el hombre encontrará la verdad, Dios. Es dentro de nosotros mismos donde podemos encontrar la verdad. En este momento el alma queda plenamente satisfecha. Ninguna cosa de este mundo puede satisfacerla plenamente.

         Propongo la interioridad como primer principio de mi filosofía. Una interioridad que nos lleva a probar que Dios existe y que nuestra alma es espiritual e inmortal.

        El segundo principio filosófico es la participación. Todo bien es bien por su misma naturaleza o porque participa del bien de otro bien. En el primer caso es el Bien supremo; el segundo es un bien limitado.

        Un tercer principio dice que el ser en sí, es verdadero, y que el ser verdadero es inmutable, porque no puede dejar de ser para ser otra cosa.

 Tanto la filosofía como el cristianismo buscan la verdad, aunque vayan por caminos distintos. La religión puede parecer que parte de una situación de privilegio. Ya conoce la verdad que va a buscar, puesto que le ha sido revelada por Dios. Pero esta situación puede convertirse también en una desventaja, en falta de libertad para investigar.

        Los filósofos cristianos partimos de esta verdad revelada y tenemos que andar con sumo cuidado de no salirnos del camino que nos va marcando la fe, la revelación divina, cuando hacemos filosofía. De otra manera, corremos el riesgo de caer en el error y ser expulsados de la Iglesia.

        Nuestra tarea es armonizar, conciliar la filosofía y la religión. Nuestras propuestas filosóficas enriquecen el contenido filosófico de la religión, sin entrar en conflicto con el dogma cristiano.

        Así, verdades como la inmortalidad del alma o el origen del universo ya no van a ser solo investigadas por la razón, como sucedía en tiempos de Platón y de Aristóteles. Ahora tenemos una revelación divina que nos ofrece estas y otras verdades sin tener que recurrir a la razón para descubrirlas. Basta la fe.

        La mayoría de las verdades filosóficas, no solo no se oponen a la verdad de la fe, sino que ayudan a ésta a presentarse con más claridad. Entre estas verdades procedentes de la filosofía encontramos la propuesta de Platón de que el verdadero mundo se encuentra fuera del tiempo y del espacio, en un mundo de Ideas perfectas, al que se llega a través de la razón y no de los sentidos.

        O la existencia de un alma humana, idea perfecta, que se halla igualmente fuera del tiempo, y que se encuentra atrapada en un cuerpo que le impide caminar hacia la consecución de su designio, porque la arrastra hacia las cosas materiales y mezquinas de este mundo concreto y singular, etc
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        Es precisamente ese carácter temporal, variable y corruptible de los objetos que componen este mundo sensible en el que nos movemos, lo que hace que no pueda haber un conocimiento estable y verdadero de él, puesto que la materia no es más que mera apariencia.

        El mundo de las Ideas platónicas es ahora  la mente de Dios, y son el ejemplo que debemos seguir en nuestro hacer en la tierra. El hombre nace libre, a imagen de Dios, pero nuestra libertad nace dañada por el pecado original.

        Podemos conocer por medio de los sentidos y del entendimiento. La razón inferior nos proporciona ciencia y la superior llega a la verdadera sabiduría. Esta razón superior, por medio de la iluminación de Dios, puede llegar a descubrir las verdades eternas.

        El ser humano se siente incapaz, por sí solo, sin la ayuda de Dios, de encontrar la verdad. La gracia divina nos muestra la verdad. El mundo nos muestra a Dios, su creador. Dios ha puesto las rationes seminales, los gérmenes de vida de todo en cada cosa para que nos lleven a Él. El alma no preexistía en ningún mundo, sino que fue creada por Dios de la nada.

        Los temas fundamentales de mi filosofía son: Dios en primer lugar, y el hombre.

        Llegamos a Dios a través de las criaturas de este mundo, entrando dentro de nosotros como hemos visto y trascendernos. El mundo es criatura, ha sido creado. Y por medio de la trascendencia, ascendemos desde  nuestra pequeñez al sumo ser y sumo bien.

        El hombre es un problema importante. Está compuesto de cuerpo y alma. El cuerpo es corruptible y el alma inmortal y creada de la nada. El alma no puede ser dichosa dentro del cuerpo.

        El hombre ha sido creado a imagen de Dios, pero después del pecado original necesita la gracia para volver a su estado natural. Solo en Dios puede alcanzar la felicidad. Dios es la verdad que busca, “Si me equivoco es que existo”.

         La verdad existe en contra de lo que piensan los escépticos. Pues si de todo se puede dudar, de lo que no se puede dudar es de la misma duda. Vemos el prototipo de verdad en las matemáticas: 7 más 3 son 10. Es una proposición de vigencia universal para cualquiera que tenga razón. Existen unas reglas, ideas y normas a priori, independientes de la experiencia, que hacen al ser humano superior a ella, libre y autónomo.

         Dios es causa del ser y del conocer. La mente humana iluminada por Dios es el fundamento de nuestro conocimiento.

        Hay tres niveles de conocimiento. El sensible basado en los sentidos, el racional que emite juicios, y el contemplativo que observa los modelos verdaderos de las cosas. No basta con el conocimiento racional, sino que es preciso el amor. No es suficiente con tener un conocimiento teórico de Dios, si después no hay amor.

        La creación explica el origen de todo. Unas cosas las creó Dios en sí mismas y otras en sus gérmenes (rationes seminales).

         Dios creó el universo libremente y todo él es bueno. El mal no existe en sí, sino que es privación de bien. Dios no es su causa, que está en las criaturas; solamente lo permite, ya que puede sacar bien del mal. Somos libres, pero nacemos inclinados al mal debido al pecado original, y necesitamos la gracia de Dios para superar esta inclinación pecaminosa. El libre albedrío no es aniquilado por la gracia, sino que es fortalecido. "Aquel no sucumbe porque es ayudado, sino que es ayudado para que no sucumba". Hay una armonía entre la gracia y la libertad.

        El tiempo es creación de Dios, antes de crear el cielo y la tierra no había tiempo. Este implica un pasado, un futuro y un presente. Pero el pasado ya no existe y el futuro aún no es. En cuanto al presente es un continuo dejar de ser y tender hacia el no ser. El tiempo existe en el espíritu del hombre, porque es donde se mantienen presentes el pasado, el presente y el futuro

        Cada sociedad se distingue de las otras en razón de “sus objetos amados”. Encuentra que hay dos sociedades, la formada por los que aman a Dios, la ciudad de Dios; y la ciudad terrenal, constituida por los que se aman a sí mismos antes que a Dios.

La filosofía va unida a la teología
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        Quiero terminar con la siguiente anécdota: Paseaba yo por la orilla del mar, dándole vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De repente, alcé la vista y ví a un hermoso niño, que está jugando en la arena, a la orilla del mar. Le observé más de cerca y vi que el niño corría hacia el mar, llenaba el cubo de agua del mar, y volvía donde estaba antes para vaciar el agua en un hoyo. Así el niño lo hacía una y otra vez. Sumido en gran curiosidad me acerqué al niño y le pregunté: "Oye, niño, ¿qué haces?" Y el niño me respondió: " Estoy sacando todo el agua del mar y la voy a poner en este hoyo". "Pero, eso es imposible", le digo. A lo que el niño responde: "Más imposible es tratar de hacer lo que tú estas haciendo: Tratar de comprender en tu mente pequeña el misterio de la Santísima Trinidad".

Influencia:

       Tiene una enorme importancia en toda la cultura europea. Sus “Confesiones” han sido un modelo para biografías en muchos autores, y es el precursor del método introspectivo.

       Petrarca le admiró en sus estados amorosos, al igual que Dante en la “Divina Comedia”. Es un puente entre la cultura clásica y la cristiana. La Edad Media fue agustiniana hasta la llegada de Aristóteles a Europa en el siglo XIII.

       Así mismo es modelo para las corrientes racionalistas e idealistas….